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Las «casualidades» de Dios

Las «casualidades» de Dios

Un testimonio

En el 2006 fui testigo de una de las más grandes «casualidades» de Dios en mi vida. Ese año, en una de las convenciones de Especialidades Juveniles, asistí a un taller: «El corazón de un líder». Me llevé una gran sorpresa al ver que la conferenciante era una señora de alrededor de 60 años. Se trataba de doña Beatriz de Zapata. Al principio fui un poco escéptico, pero el taller terminó impactando profundamente mi vida.

En esa misma convención, tuve también la oportunidad de escuchar a Junior Zapata, hijo de doña Beatriz. Él habló de Vincent van Gogh, y cerró su charla diciendo: «Dios quiere usar a locos como vos. No tirés la toalla». Al encontrarme conmovido y llorando, sentí la instrucción de Dios ese día de aprender más de su Palabra. El gran problema era que yo estaba sin trabajo y no tenía dinero para dar aquel paso de fe que me pedía el Señor. Sin embargo, desde ese momento decidí creer en ese llamamiento, en que yo podría cumplir la voluntad de Dios.

Cierta noche, después de una actividad en mi congregación, regresé a casa y me dijeron: «Julio, te estuvo llamando una señora, Beatriz de Zapata». Yo de inmediato me comuniqué con ella, y muy carismática me dijo: «Yo no sé quién eres tú. No sé nada de ti, pero Dios me ha estado diciendo que tengo que ayudar a Julio López».

Visité a doña Beatriz en su casa varias veces, donde también conocí a su esposo, al hermano Virgilio Zapata. Ellos, sin conocerme y sin que yo les pidiera un centavo, cubrieron casi la totalidad de mi primer año de estudios en el seminario. Este matrimonio sintió la instrucción de parte de Dios y obedeció; yo, en aquella convención donde escuché a doña Beatriz y su hijo, recibí un llamado y creí que se cumpliría. Es decir, para nosotros todo puede ser casualidad, pero Dios tiene el control de todas nuestras situaciones y hace que todo sea perfecto.

Desde esa ocasión, doña Beatriz y su esposo se convirtieron en mis mentores y guías. Conocerlos, ver su ejemplo y recibir sus consejos me ayudaron a poner los pies en la tierra. Su amor y obediencia a Dios, por otra parte, me guiaron a fijar la mirada en lo realmente importante. Hoy día necesitamos más personas como ellos: discípulos que no solo hablen del Señor con sus palabras, sino con obras de amor a Dios y a los pequeños de Dios. Muestra de lo anterior son las más de 70 generaciones del instituto que ellos fundaron y este muchacho que hoy escribe.

Una reflexión

«La mentoría es la relación por la cual un mentor ayuda a su encomendado a alcanzar el potencial que Dios ha puesto en él» (Bobb Biehl).

Jesús mismo, según los evangelios, se dirigió a miles de personas. Sin embargo, también tomó a doce y los volvió sus discípulos más cercanos. Con estos no solo forjó un fuerte lazo de amistad, sino que se volvió su maestro, guía, pastor y mentor. El apóstol Pablo recibió el respaldo de Bernabé, hasta el punto de poner en peligro su vida. Timoteo, Lucas, Aquila y Priscila tuvieron como mentor al Apóstol, quien los guio, instruyó y fortaleció en todo momento de sus ministerios. Nosotros, por otro lado, hemos recibido la enseñanza divina y visto a Cristo a través de estos escritos.

Es decir, el testimonio bíblico refleja la importancia de influir en la vida de otros. No tenemos que ser indiferentes ante las necesidades de los demás. Debemos de ir más allá de las meras reuniones dominicales y de los títulos que nos «definen». Necesitamos ser parte de las grandes «casualidades» de Dios, aquellas que bendicen e inspiran a otros a seguir al Maestro. Participemos de los planes de Dios, los cuales no solo nos benefician a nosotros, sino que traen provecho a los discípulos y seguidores del Rey, a quien servimos y amamos con todo nuestro ser.

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, según la promesa de vida que tenemos en Cristo Jesús, a mi querido hijo Timoteo […] Al recordarte de día y de noche en mis oraciones, siempre doy gracias a Dios, a quien sirvo con una conciencia limpia como lo hicieron mis antepasados. Y, al acordarme de tus lágrimas, anhelo verte para llenarme de alegría. Traigo a la memoria tu fe sincera, la cual animó primero a tu abuela Loida y a tu madre Eunice, y ahora te anima a ti. De eso estoy convencido (2 Ti 1:1-5 NVI).

¡Vaya mentor!

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