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No quiero oír, pero lo necesito escuchar

No quiero oír, pero lo necesito escuchar

Karla no deseaba oír las constantes llamadas de atención que le hacía su madre por su cuarto desordenado. A pesar de que en su corazón se encontraba el ferviente anhelo de ser mejor cada día, de superar su versión de ayer, siempre hallaba alguna excusa que justificaba la realidad, es decir, el desastre en su habitación. La obediencia era un reto constante en su vida. Ella no quería oír lo que decía su mamá, pero sabía que lo necesitaba escuchar.

El párrafo anterior describe la realidad de muchas personas que conocemos, ¿no? Percibimos los cambios que la gente debería estar realizando por su propio bien, pero, como no quieren oír, no los hacen. Sin embargo, es importante que interioricemos esta situación preguntándonos lo siguiente: ¿qué necesitamos nosotros escuchar, pero no queremos oír? Sin importar nuestra posición o trasfondo, las crisis, retos y la realidad tanto de nuestro país como del cristianismo actual nos exigen ahondar en esta reflexión.

Un problema en Galacia

Imagina que eres un gentil del siglo I —alguien que no pertenecía al pueblo judío— que ha confesado que Jesús es el Señor. Cierta noche, estando en la región de Galacia, te encuentras disfrutando, junto con otros discípulos, de una rica cena con Pedro, donde escuchas cómo el Espíritu de Dios le ha impulsado a realizar milagros en el nombre de Jesús. No cabe duda que las historias que él cuenta te llenan de fe y te animan a servir al Maestro con la misma intensidad. El tiempo se acaba y todos se despiden, pero queda abierta la invitación para la próxima reunión.   

El día de juntarse nuevamente con Pedro y con otros seguidores de Jesús, tanto gentiles como judíos, llega por fin. Sin embargo, contrario a lo que esperabas, el ambiente ha cambiado. Hay un grupo de judíos, partidarios de la circuncisión, que te han ignorado y rechazado por completo durante toda la noche. Tienes conocimiento de que anteriormente la tradición judía requería de los gentiles la circuncisión para unirse al pueblo de Dios. Sin embargo, esto ya no es así. Los gentiles no necesitan someterse a dicho proceso para ser parte de los seguidores del Camino (cf. Hch 9:2; 22:4). Es decir, tú puedes ser hijo de Dios solo por la fe en Jesucristo. No hay duda que esta última reunión ha generado gran confusión en ti. No te queda otra opción que buscar a Pablo para contarle tus inquietudes. Este, después de escucharte, solo murmura: «Esto no está bien. ¿Bernabé? ¿Pedro?». El Apóstol, todavía confundido por lo que le contaste, te dice que hablará con ellos.

Lo que Pedro necesitaba escuchar: Gálatas 2:11-14

¿Qué piensas de lo anterior? El pasaje nos dice que Pedro se apartó de los gentiles por miedo a los partidarios de la circuncisión (Gál 2:12), quienes obligaban a los no judíos a judaizarse. El apóstol, tan humano como tú y como yo, cometió el error de exigirle a los gentiles regresar a las obras de la ley (Gá 2:14), aun después de haber visto el don del Espíritu Santo derramado sobre ellos (cf Hch 10:45). ¿Qué pensaron o hicieron los cristianos que vieron esta actitud en Pedro? ¿Lo acusaron de hipócrita y mentiroso? Quizás. ¿Hablaron a espaldas de él? Es probable.

Sin embargo, el mismo pasaje nos revela la actitud que tomó el apóstol Pablo ante dicha situación. Este, evidentemente decepcionado, le hizo ver a su hermano y condiscípulo que su actitud ponía en tela de juicio la eficacia de la fe en Cristo Jesús. Definitivamente, Pedro no quería oír esto, pero lo necesitaba escuchar. Él no creía que la fe en Jesús fuera insuficiente, sin embargo, sus actitudes mostraban lo contrario. La hipocresía de Pedro arrastraba a otros y no procedía según la verdad del Evangelio. Fue necesario que Pablo le recriminara su comportamiento para que pudiera cambiar (Gál 2:11).

Todos necesitamos un Pablo en nuestra vida

La relación de Pablo y Pedro nos invita a tener cerca a personas que nos animen, e inclusive nos confronten, a cambiar conductas pecaminosas que son desagradables ante Dios. Sin embargo, para hacer los ajustes necesarios en nuestra vida, necesitamos estar dispuestos a ser incomodados por esos amigos, familiares y personas de autoridad que nos aman y desean lo mejor para nosotros. No es bueno rodearnos de gente que solo se fije en mi piedad exterior: proceder religioso, asistencia a los cultos, jerga eclesial, etc. Precisamos de hermanos que nos digan lo que necesitamos escuchar, aunque no queramos oírlo. Que el Espíritu nos ayude a ser dóciles con el fin de mejorar nuestro andar delante de Dios.

Mi anhelo es que a través de estas palabras fundamentes tu vida y tus relaciones según el contenido bíblico, y que juntos podamos crecer hasta llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4:13). Vivamos en humildad y cambiemos aquello que nos impide caminar en rectitud.

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