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Identidad y comportamiento: conceptos claves para relaciones significativas

Identidad y comportamiento: conceptos claves para relaciones significativas

Quizás hemos escuchado sobre la importancia de la identidad y la necesidad de un comportamiento adecuado. Sin embargo, considero que estos dos conceptos no están del todo claros cuando intentamos desarrollar relaciones significativas, motivo por el cual fallamos en mantenerlas.

Diferencia entre identidad y comportamiento

Cuando hablamos de identidad nos referimos a la esencia de la persona, es decir, el «ser», lo que la persona es. Por otro lado, el comportamiento señala lo que la persona hace, esto es, el «hacer». Por lo tanto, es clave separar el «ser» del «hacer» para poder cultivar relaciones saludables.

En Gn 1:27 dice que «Dios creó al hombre a su imagen. Lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó» (RVC). Todos los seres humanos, en consecuencia, somos valiosos por llevar la imagen del Creador, independientemente de nuestro comportamiento. Es decir, cualquier persona es digna de respeto por el solo hecho de ser creación de Dios, no importando si esta vive en la calle y tiene mal aspecto o si luce limpia y es educada. El ser portadores de la imagen de Dios nos da identidad per se: somos valiosos por ser hechura de Dios, y no por lo que hacemos.

Ahora bien, el comportamiento y los logros sí son importantes. Lo que hacemos nos afecta debido a las consecuencias que obtenemos, ya que los resultados están conectados con las acciones. Sin embargo, nuestro «hacer» no tiene que definir nuestro «ser».

Pero, ¿por qué es tan importante diferenciar dichos términos? Para esclarecer nuestro punto, llevemos lo antes visto a dos casos particulares: la iglesia y la familia.

La iglesia

Imaginemos que en las congregaciones y ministerios, a pesar de nuestros resultados o desempeños, se respire esa atmósfera de aceptación incondicional, de respeto y amor genuino sin fingimiento. ¿Cómo serían nuestras relaciones interpersonales en la iglesia? Estaríamos cumpliendo, sin duda alguna, el mandamiento del Señor, cuando dijo: «Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse […] De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Jn 13:34-35 NVI). 

Si aprendemos a separar la identidad del comportamiento, vamos a poder amar a las personas a pesar de nuestras diferencias y comportamientos.

En la familia

De igual manera, para poder fomentar el respeto mutuo dentro del núcleo familiar es necesario distinguir dichos conceptos. Puede ser que no estemos de acuerdo con el comportamiento de alguien en nuestra familia, pero eso no significa que lo rechacemos como persona. Por ejemplo, un padre no deja —¡y no debería!— de mostrarle amor a su hijo por haber perdido una competencia o por haber obtenido malas calificaciones. Es decir, el amor es incondicional, no depende del cumplimiento de nuestras expectativas. Independientemente del comportamiento, el hijo siempre seguirá siendo hijo. Su identidad está intacta y su valor como persona nunca cambiará. Creo que sería liberador que un padre le pueda decir a su hijo: «Te portes bien o te portes mal, siempre te voy amar porque eres mi hijo».

Consideremos el amor de Dios para cada uno de nosotros según Ro 5:8: «Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (RVC). Es esa clase de amor la que debemos modelar en el hogar (entre hermanos, esposos y familia extendida).

Ahora bien, ante tal aseveración puede surgir la siguiente inquietud: si le digo eso a mi hijo, ¿le estoy dando libertad para que se porte mal o haga lo que quiera? Al respecto, nos puede ayudar Dt 30:19-20: «Hoy pongo a los cielos y a la tierra por testigos contra ustedes, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan; y para que ames al Señor tu Dios, y atiendas a su voz, y lo sigas, pues él es para ti vida y prolongación de tus días. Así habitarás la tierra que el Señor juró a tus padres…» (RVC).

Dios nos da la libertad de escoger y, al mismo tiempo, nos aconseja qué camino elegir. En otras palabras, el Señor nos invita a seguirlo, pero no nos obliga; somos libres, pero responsables de nuestras decisiones y actos. Entonces, ¿qué hacemos como padres con el mal comportamiento de nuestros hijos?

Cuando sea necesario, instruir y corregir

El hecho de que aceptemos a las personas tal como son, no significa que nosotros, como padres o como hermanos en la fe, no podamos advertir de las consecuencias de los malos actos, más cuando esa responsabilidad es nuestra (por ejemplo, el padre que debe prevenir a sus hijos). Podemos corregir sin necesidad de negar o atacar la identidad de las personas. Esto es: podemos exhortar con amor.

Yo recomiendo cierto proceso de instrucción y corrección a los padres o líderes eclesiales:

  • definir y explicar bien los límites
  • entrenar y guiar
  • supervisar
  • advertir sobre las consecuencias de cometer ciertas faltas

Jesús: ejemplo perfecto de amor y corrección

Cuando los maestros de la ley y los fariseos le preguntaron al Señor sobre la ordenación de apedrear a mujeres sorprendidas en adulterio, este les contestó: «Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra» (Jn 8:7 NVI). Y cuando Jesús quedó solo con la mujer, él le dijo: «Mujer, ¿dónde están [los que te acusaban]? ¿Ya nadie te condena? […] Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar» (Jn 8:10-11 NVI). Jesús ama incondicionalmente a la mujer como persona, pero la anima a cambiar su comportamiento. ¡Un ejemplo perfecto de amor y corrección!

Conclusión

Debemos confrontar con amor cuando tengamos la autoridad o confianza necesaria para hacerlo. Pero hagámoslo como dice Gá 6:1: «Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado» (NVI). De esta manera la identidad de la persona no es vituperada y las malas acciones pueden ser corregidas.

Mostremos con hechos y palabras el amor y respeto incondicional que merecen las personas por ser creados a imagen de Dios. Sin embargo, aprendamos a corregir el comportamiento cuando sea necesario. Así, modelaremos los principios del reino de Dios en nuestra sociedad.

El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno (Ro 12:9 RV60).

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