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Ética del Nuevo Testamento

Ética del Nuevo Testamento, parte 1*

Antes de comenzar nuestra reflexión sobre la ética del Nuevo Testamento (NT), déjenme rayar un poco la cancha del lenguaje. Solemos usar ética y moral como sinónimos, pero tienen sus matices que las distinguen una de otra. Aquí sigo las distinciones que Wayne Meeks hace. Para él, «moral» es «un generalizado, pero frecuentemente inconsciente, conjunto de valores-disposiciones, inclinaciones, actitudes y hábitos». En cambio, «ética» es «una actividad reflexionada, de segundo orden; es moral hecha consciente».[1]

En el NT encontramos pocos espacios de reflexión acerca de las razones sobre las cuales los distintos autores construyen su ética. Un ejemplo sería Pablo hablando sobre débiles y fuertes en 1 Co 8-10. A la vez, por ende, la ética neotestamentaria (es decir, la suma e integración de los pensamientos de todos los autores del NT) también carecerá muchas veces de esos razonamientos. Por cierto, a veces los estudiosos al construir una ética del NT se centran solo en Jesús y Pablo, dejando a los otros autores sin voz. Para efectos de nuestra ponencia, algunas luces sobre los razonamientos que forjan la ética del NT las encontraremos en las enseñanzas de Jesús reflejadas en los evangelios, y también en los otros textos del NT. La mayor parte de las veces, las descripciones e instrucciones morales presuponen una ética de las que estas derivan. En esta pequeña ponencia trataré de esbozar algunas ideas que parecen ser el cimiento sobre el cual se construye la moral cristiana neotestamentaria.

Otro asunto preliminar importante es que los autores del NT presuponen el AT. Por lo mismo, hay mucha continuidad en lo que se vio en el coloquio pasado: La ética en el Antiguo Testamento. Esta continuidad se mira en que muchas veces la articulación de una demanda ética proviene del AT. Un buen ejemplo de esto es cuando Pedro dice: «Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia, sino que así como aquel que os llamó es santo, así también sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque Yo soy santo»(1 P 1:14-16 LBLA).

Razonamiento moral en el NT

El autor norteamericano Charles Cosgrove nos da algunas luces del método detrás del razonamiento moral del NT.[2] En primer lugar, se observa una orientación hacia el ejemplo. Una muestra de ello es Pablo. En varias ocasiones encontramos exhortaciones a imitar a Jesús en más de alguna característica (Ro 15:3; 2 Co 8:9; Fil 2:5-11), y a veces invita a sus lectores a imitarlo a él (1 Co 4:16; Fil 4:9) o a otros creyentes o iglesias (2 Co 8:1-6). Esta imitación es un «caminar por el camino correcto» (valga el pleonasmo); una metáfora recurrente en el NT. Por ejemplo, Pablo les dice a los colosenses: «Por tanto, de la manera que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él» (Col 2:6). Es tan marcada la idea del camino, que se usa para describir tanto conductas éticas correctas como incorrectas. Santiago termina su carta animando a los creyentes a rescatar al que se ha desviado: «[S]epa que el que hace volver a un pecador del error de su camino salvará su alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados» (Stg 5:20). Jesús sería, sin lugar a dudas, el máximo ejemplo a imitar. La vida y hechos de Jesús nutren los evangelios, y son una invitación a la imitatio Christi, la imitación de Jesús.

Otra característica del razonamiento moral del NT es la orientación a lo particular. A diferencia de la ética greco-romana que filosofaba sobre el bien o lo bueno en el ser humano, en el NT el enfoque está en lo concreto y particular. Los ejemplos ilustran los conceptos en lugar de discurrir en abstracciones, como en la historia del buen samaritano. En ella se responde a la pregunta ¿Y quién es mi prójimo?, y se ilustra cómo hacerse prójimo del otro al amarlo como a uno mismo (Lc 10:25-37), en lugar de definiciones abstractas sobre el amor al prójimo. También, por ejemplo, conocemos la gracia de nuestro Señor al ver cómo él siendo rico se hizo pobre por nosotros (2 Co 8:9).

En el NT son discernibles al menos tres modos de razonamiento moral en la toma de decisiones. La más recurrente es la consecuencialista, es decir, los juicios/decisiones en casos concretos se basan en el mejor resultado posible bajo el análisis de un principio normativo. Como cuando Pablo aconseja los distintos escenarios de esposos y esposas en 1 Co 7. También se encuentra el razonamiento deontológico, es decir, juicios/decisiones gobernados por reglas morales sin importar las consecuencias. Como en la versión marcana del divorcio (Mr 10:2-11): «Por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. […] Y él les dijo: Cualquiera que se divorcie de su mujer y se case con otra, comete adulterio contra ella; y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio». Por último, un modo de razonamiento en la toma decisiones se basa en virtudes, como el llamado a imitar los ejemplos bíblicos. Como Abraham y Rahab en Sg 2 son una invitación a mostrar una fe que obra.

Bases teológicas de la ética del NT 

«El reino de Dios se ha acercado, por lo tanto, arrepentíos y creed», dice Jesús en su proclama (Mr 1:15). La base teológica de la ética del NT descansa sobre esta realidad. El Reino de Dios está presente, aunque hay una faceta por venir. Esa realidad del Reino debe mover a los discípulos de Jesús hacia una nueva vida, la vida del Reino. El Sermón del Monte (Mt 5-7) es un ejemplo fundamental de estas nuevas demandas éticas a la luz de la presencia del Reino. Ese reino presente también anticipa la inminente culminación de la historia y, por lo tanto, lleva a los discípulos de Jesús a vivir con esos nuevos estándares. Pedro dice: «Puesto que todas estas cosas han de ser destruidas de esta manera, ¡qué clase de personas no debéis ser vosotros en santa conducta y en piedad, esperando y apresurando la venida del día de Dios, en el cual los cielos serán destruidos por fuego y los elementos se fundirán con intenso calor! Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia» (2 P 3:11-13). Así que los discípulos, a la luz de esa esperanza escatológica, ordenan su vida de manera que reflejen la justicia de esos cielos nuevos y tierra nueva. Esa nueva realidad implica, entre otros asuntos, igualdad de los seres humanos (Gá 3:28) o el Nuevo Pacto en plena función con la presencia fundamental del Espíritu Santo.

Este último concepto va a ser clave en las enseñanzas de Pablo. Dios ha obrado en la transformación profunda de la naturaleza humana de quienes creen en Jesús y le siguen (Ro 6-8). El Espíritu los capacita para el seguimiento de Jesús, de tal manera que pueden andar en novedad de vida por la fuerza y transformación del Espíritu. Efesios nos dice: «[P]orque por medio de él los unos y los otros tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2:18-22).

Pedro usa las categorías de edificio y pueblo para mostrar los mismos efectos (1 P 2:1-10). Esa nueva realidad de ser un pueblo y estar siendo construidos como un templo llevan a los creyentes a proclamar con su vida los portentos de Dios.


* Notas del coloquio del 27-08-19: «La ética del Nuevo Testamento, una perspectiva teológica». ​

[1] Wayne A. Meeks, The Moral World of the First Christians (Filadelfia: Westminster, 1986).

[2] Charles H. Cosgrove, “New Testament Ethics”, Dictionary of Scripture and Ethics, ed. Joel B. Green (Grand Rapids: Baker Academic, 2011).

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