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El poder de la mente

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos (Is 26:3-4 RV60)

Tiempos de crisis, tiempos para hacer un alto y reflexionar

A través de la historia podemos observar cómo Dios busca que sus hijos hagan un alto en medio de sus ocupaciones o afanes diarios con el fin de que tomen un respiro, analicen y crezcan en su relación con él. Muchas de las historias bíblicas narran cómo los siervos del Señor fueron llevados a lugares inhóspitos (por ejemplo, el desierto) para estar solos y así depender solamente de Dios.

El ejemplo más representativo para nosotros es el Señor Jesús. Él fue llevado al desierto, buscaba momentos para estar solo en medio de su ajetreado ministerio, se retiraba a orar muy de mañana antes de decisiones cruciales, etc. Es decir, el mismo Jesucristo hacía un alto y buscaba acercarse a su Padre para actuar según su voluntad en todo tiempo (por ejemplo, Getsemaní). Incluso él, siendo Dios encarnado, debía estar conectado al Padre para así obtener sabiduría y realizar su ministerio. Jesús dijo: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí» (Jn 14:1). De esta manera enseñaba que lo que él hablaba estaba conectado directamente con Dios.  

Esto nos deja una gran lección: nosotros, al igual que nuestro Señor, necesitamos estar conectados tanto con el Padre como con su Hijo para tomar decisiones correctas y andar por el camino que tenemos que andar. Pero esto no solo aplica en lo personal, sino que también es una enseñanza fundamental para el pueblo de Dios, su iglesia. Como cuerpo de Cristo debemos de actuar y obrar para ser testimonio visible y viviente del amor de Dios en el mundo.

Transformar la mente

Nuestra mente es el instrumento más difícil de transformar. Sin embargo, el apóstol Pablo nos dice lo siguiente: «… seamos transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento (mente)…» (Ro 12:2). Si logramos mantener nuestros pensamientos en Dios y seguimos creyendo en sus promesas y perseverando en él (leyendo, orando, etc.), entonces lograremos esa paz que sobrepasa todo entendimiento.

Jesucristo lo sabía muy bien cuando en Lc 10:27 dijo: «Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente…». Acá, como un excelente rabí, estaba citando el Pentateuco. Sin embargo, si miramos atentamente, en Dt 6:5, lugar de donde procede esta verdad, no se menciona la mente.

Nuestra mente tiene que ser transformada según la mente de Jesús. Esto resulta muchas veces difícil, ya que la mente es un órgano basado en la lógica, pero la mente que quiere Dios para nosotros es una que incluya la razón y el amor. Es decir, necesitamos transformar nuestra mente según la lógica del amor, la lógica del amor que se basa en el Espíritu Santo y refleja la luz de Cristo.

La luz de Cristo se hace evidente en el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Este fruto espiritual que se describe en Gá 5:22-23 es uno solo, en singular. No es correcto hablar de ««los frutos», ya que se trata de un paquete completo e integral. Es decir, no podemos escoger solo una virtud, como si fuera un supermercado de frutos. La palabra de Dios menciona que el fruto del Espíritu es «uno» y, por lo tanto, todas sus características tienen que incluirse.

Dicho fruto no solo se tiene que enseñar y vivir dentro del templo, sino que necesita ser reflejado y practicado en todas la esferas de nuestra vida diaria, aunque choque con la lógica del mundo. Hay que recordar que nuestra mente se transforma según la lógica del amor, y esta consiste en tomar la iniciativa sin esperar nada a cambio. Hoy tenemos la oportunidad, en medio del alto que estamos haciendo, para renovar nuestra mente según el fruto del Espíritu.

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