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¿Importan las decisiones?

    ¿Somos conscientes de cuántas decisiones tenemos que tomar día a día? ¿Por qué es tan importante tomar buenas decisiones?

    Como promedio, diariamente tomamos 35,000 decisiones, y solamente estamos conscientes del 1 % de estas, según algunos estimados. Por lo tanto, este proceso resulta ser una parte fundamental en nuestras vidas.

    ¡Cuántos pagos o facturas nos roban el sueño hoy día! Si hubiéramos analizado mejor nuestras decisiones, quizás no estaríamos tan “apretados” a fin de mes. ¿Te has arrepentido de alguna decisión? Seguramente sí. A todos nos pasa. Por eso, es necesario tomar mucho más en serio las decisiones que estamos tomando o que tomaremos. La vida ya tiene sus propios afanes y el mundo está lo suficientemente quebrado como para agregarle más por nuestras malas decisiones. De hecho, hay que recodar que mucho del sufrimiento humano diario se da por no analizar las consecuencias de nuestras acciones.

    En 1 de Crónicas 21 encontramos una historia muy valiosa en donde podemos extraer un ejemplo de esto

    Satanás se levanta contra Israel, es decir, el ladrón vino para robar, matar y destruir; pero para esto debía encontrar una pieza clave, y la encontró en David.

    Satanás hace bien su tarea con nosotros y busca pequeñas fisuras en nuestro corazón, mente y carácter para entrar y hacernos pedazos. Él no busca entrar por las puertas grandes que son muy obvias, sino busca entrar sigilosamente y tomarnos por sorpresa, y la mayoría de las veces lo logra.

    El enemigo incitó, indujo, convenció o tentó a David con una idea: hacer un censo. Una idea que a simple vista no parece mala ni peligrosa, como muchas de nuestras ideas, sueños o proyectos. Dentro del corazón de David existía una de esas pequeñas fisuras, una llamada “orgullo”. Perfecto campo y combinación: orgullo con la incitación del enemigo. El censo que David realizó no fue para el desarrollo del pueblo, es decir, no pretendía mejorar el sistema educativo o el sistema de salud. Su propuesta, más bien, era para saber su poderío militar.

    Dentro de la escena apareció un personaje singular, pero de menor rango: Joab. Joab, cuando escuchó la propuesta del rey, inmediatamente levantó la mano, como aquellos alumnos que caen mal por preguntones, diciéndole que la idea le parecía muy mala. Y no solo eso, sino que traería graves consecuencias para todo el pueblo.

    Dios, en su infinita bondad y misericordia, siempre busca las formas para alertarnos de que lo que vamos a hacer está mal. El problema es que muchas veces manda personas como Joab, que no alcanzan nuestro nivel, que tal vez no tienen un buen testimonio o que no tienen la moral para decirnos nada.

    Esto es porque nosotros creemos que “el mensajero” es más importante que “el mensaje”. David, justamente, hizo evidente su orgullo, mezclado con la incitación y provocación del enemigo, para levantar su voz e imponerse ante un débil e insignificante Joab, pues la orden del rey pudo más que la de Joab (v. 4). Es más, en su orgullo hizo que fuera Joab personalmente a realizar esa tarea. La orden de David fue deshonrosa delante de Dios, y por eso él hirió a Israel. David fue el que tomó la mala decisión por las razones equivocadas y quien pagaría la factura sería Israel.

    Cada vez que nosotros tomamos una mala decisión no solamente salimos afectados nosotros, sino todos los que nos rodean. Y cuando tomamos una buena decisión, todos los que están a nuestro alrededor salen bendecidos. Es por esto que cuando alguien reclama: “Déjenme, es mi vida”, debemos recordarle que ojalá fuera solamente su vida la que saliera afectada, pero no es así. Muchos sufren hoy por nuestra responsabilidad.

    Cuando David se dio cuenta de esto quiso hablarle a Dios (v. 8), pero en su oración podemos notar un poco de ese orgullo, puesto que pidió compasión para él, pero no pidió compasión para el pueblo, quien era el que estaba sufriendo. Más adelante, cuando David se da cuenta que el desastre continúa, por fin cae en la cuenta de su error, y después de un proceso vuelve a orar (v. 17), pero esta vez en sus palabras se nota que ya hubo un cambio en su corazón, puesto que ahora le pide a Dios que recuerde que el pueblo no había hecho nada, que él era el que había pecado y que quitara el sufrimiento del pueblo.

    Dios le pide levantar un altar. Dios actuó con David exactamente como lo hace con nosotros el día de hoy. Dios está dispuesto a perdonarnos, pero no nos quita la responsabilidad. Es decir, queremos que Dios obre un milagro para salvar nuestro matrimonio, pero no queremos pedirle perdón a nuestra esposa. Queremos que Dios nos siga proveyendo, pero seguimos llegando tarde a nuestro trabajo. Dios no va a hacer lo que a nosotros nos corresponde.

    ¿Qué hubiese pasado si al principio de la historia David, al ser incitado por Satanás y aun motivado por su orgullo, hubiese tomado un tiempo para consultarle a Dios por esta idea? Se imaginan a David entrando a su habitación y en intimidad con Dios diciendo: “Dios mío, tengo una idea que me parece genial, pero primero necesito saber si esa idea viene de tu corazón y si tú estás de acuerdo con ella. ¿Qué creen que Dios le hubiese contestado? Dios claramente hubiese hecho evidente su respuesta.

    ¿De cuánto sufrimiento podrían haberse salvado los israelitas si tan solo David se hubiese tomado el tiempo de consultar su decisión con Dios, por más que la idea sonara genial? Dios nos da la oportunidad de no cometer los mismos errores.

    Y vos, ¿le consultás todas tus ideas, sueños, planes y proyectos a Dios? Por más geniales e inofensivos que parezcan, te invito a que entrés confiadamente delante del trono de la gracia y con toda libertad consultés a tu Dios. Seguramente él te dirá qué hacer.

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