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El ser madre y mujer a la luz de María

La madre ante el llamado divino y su respuesta

El evangelista Lucas es quien más nos ofrece detalles sobre el llamamiento divino de María, la madre de Jesús. Este se desarrolla en un diálogo corto entre el ángel Gabriel y María, interlocución cargada de profecías, teología y esperanza. Se debe destacar que desde el inicio el ángel promulga una bendición y reconocimiento hacia la joven: «¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres» (Lc 1:28). La Vulgata traduce la primera frase como gratia plena (llena de gracia), la cual se llegó a explicar en términos de gratia gratum faciens, que quiere decir «gracia santificante». El hecho de que María sea favorecida del Señor no obedece a una meritocracia, sino a la sola gracia divina. Dios quiso llenarla de su favor y dárselo a conocer.

Acto seguido a dicha bendición, Gabriel pronuncia profecías acerca del niño que nacería del vientre de María: «Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre… y su reino no tendrá fin» (vv. 32-33). Se habla del cumplimiento de las profecías veterotestamentarias (cf. Is 7:14, 9:6; Mi 5:2). Se trata sobre el advenimiento del Mesías, cuyo arribo sería en forma de hombre. A pesar del mensaje divino, la joven experimenta duda, pero en plena confianza pregunta: «¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún hombre?» (Lc 1:34). Podríamos expandir dicha incertidumbre no solo a la concepción, sino a las demás profecías, pues el escenario político, militar, económico y religioso en el que nacería el Señor era hostil. Sin embargo, esa no fue la preocupación de María. Dios cumpliría su palabra, así que ella solo se interesó por el inicio. Según François Bovon, la intensión de Lucas no es hablar de la naturaleza o futuro de Jesús, sino más bien, de la acción de Dios en María, como madre de su Dios, como primera discípula del Cristo en el Reino de Dios en la tierra.

El fiat mihi o «tenga lugar en mí» de 1:38 registra la espontánea y voluntaria respuesta de María al llamamiento divino, descripción de su actitud interna. En la mentalidad de Lucas, la joven virgen es el modelo de fe para los creyentes: «¡Dichosa tú, que has creído!» (Lc 1:45); en ella se ha acumulado el favor de Dios y un sinfín de generaciones la proclamarán «bienaventurada» (Lc. 1:48). María con voluntad propia da su fiat: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo…» (1:38). Implícitamente dice: «Sí acepto el desafío divino. Acepto llevar en mi vientre al Hijo de Dios. Acepto ser parte del plan divino en la tierra». A través de estas valientes y firmes palabras, la madre de Jesús se constituye en el elemento humano que hizo posible ese primer momento para que lo divino descendiera hasta lo humano y a la humanidad entera (cf. Fil 2:5-8).

Esta humilde y humana respuesta permitió complementar el plan divino en la tierra, el cual Dios había diseñado para la redención de la humanidad. La disposición y consistencia que tuvo María en su peregrinaje hace de ella un arquetipo de vida y entrega de servicio a Dios para el creyente contemporáneo.

María como arquetipo para las madres del s. XXI

¿Qué tipo de mundo le heredaremos a la siguiente generación? ¿Hacia dónde va la humanidad? Estas preguntas encierran un tono de desesperanza. Como mujer y madre, recuerdo cuando experimenté las primeras emociones y sensaciones en el embarazo. Primero sentí suprema alegría, pero luego una gran incertidumbre. ¿Y si las cosas no salen bien?, reflexionaba.

Cuando pienso en María como madre, encuentro en ella esa sierva humilde que estuvo dispuesta a colaborar en el plan de Dios. Primero confió, luego dijo que sí, tuvo que depender de las promesas divinas, las que se cumplirían en el Cristo, y, por último, se mantuvo fiel hasta las últimas consecuencias, estando de pie frente a la cruz de su hijo (cf. Jn 19:25-27). Por eso, al dirigirme a mis contemporáneas madres, pienso en la legitimidad de sentir dudas y temores. Sin embargo, al igual que María, volvámonos a Dios. Reflexionemos lo siguiente:

  • El Dios de María, quien envió a su Hijo a morir por nosotros, es el mismo Dios que sigue asegurando el milagro de la vida. Si bien es cierto que interviene la voluntad masculina, es Dios quien finalmente da la vida y confirma a cada hijo que se gesta en el vientre de cada mujer.
  • María dijo sí a la vida, sí a la voluntad de Dios para ella y su hijo. Hoy más que nunca, ante el desafío de leyes a favor del aborto, las mujeres estamos llamadas a decirle sí a la vida, sí a la llegada de nuestros hijos y sí al amor.
  • María fue parte del plan divino criando, formando y llevando a su hijo por la senda del Dios eterno. Nosotras también, por la gracia de Dios, debemos formar a nuestros hijos para que cumplan la vocación para la cual Dios los llame (cf. Ef 4:1) y sean parte de los que engrandecen el Reino de Dios en la tierra.
  • María tuvo miedo y dudas, pero en confianza preguntó al ángel de Dios. Nosotras las madres, ante el temor y la duda, podemos igualmente acercarnos al Padre confiadamente. Hebreos 4:16 dice: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». Dios sigue socorriéndonos en el tiempo de incertidumbre para sostenernos a nosotras y a nuestros hijos ante toda situación.
  • María muchas veces guardó silencio ante los designios divinos. Sin embargo, ella «atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón» (Lc 2:19; 2:51). Hoy también las madres experimentamos momentos de soledad, de quebrantamiento, de sufrimiento, pero debemos recordar las últimas palabras de compañía y consuelo de Jesús, el hijo de María: «y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mt 28:20).

Dios sigue invitando a cada mujer a seguir los pasos de María, a creer y obedecer. La madre que cría y forma es esa mujer que el proverbista describe como sabia y edificadora (Pr 14:1), la que día con día colabora en el plan divino de dirigir y formar a cada hijo para que llegue a ser ese discípulo obediente y entregado a la voluntad divina. En la debilidad, soledad, llanto, enfermedad y carencias, Dios es tu oportuno socorro. Él está junto a ti donde quiera que te encuentres.

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