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La familia tradicional es un problema

¿Para quién es un problema la familia tradicional? Debido a los fundamentos judeocristianos que esta implica, la familia tradicional es un problema para la sociedad humanista secular, la cual está intentando imponer, por todos los medios a su alcance, un modelo de familia acorde a su cosmovisión. Lo anterior supone la sustitución del núcleo familiar revelado en las Sagradas Escrituras, el cual tiene como constitución básica la presencia y responsabilidad de un hombre como cabeza (Ef 5:23), la sujeción y virtuosismo de una mujer (Pr 31:10) y la obediencia de los hijos (Ef 6:1).

La familia es la primera institución establecida por Dios en la tierra para llevar a cabo la demanda de gobernar y administrar la creación (Gn 1:26-28; 2:24).  Es a través de esta que cualquier sociedad en el mundo se provee de hombres y mujeres para poder funcionar. Por lo tanto, todo intento de modificación o sustitución del diseño original, bajo el supuesto de mejora o evolución según la época en que se vive, será en detrimento de la misma sociedad.

«La familia […] es una forma de gobierno, establecida para el bien de los niños, y es el primer gobierno que cada uno de nosotros debe obedecer».[1] Es aquí, entonces, donde será consecuente observar que todo aquel que no aprenda a obedecer dentro de la jurisdicción de la familia, será incapaz de observar la autoridad de un gobierno civil. La familia es, en este sentido, una pequeña república en donde nadie es superior a la ley que la rige y donde cada uno de los integrantes de la misma ejercen su responsabilidad para que esta funcione. Si este ensayo en la dinámica familiar no se lleva a cabo con éxito en la sociedad, es poco probable que esta funcione adecuadamente.

Al contrario del diseño alternativo del humanismo secular, la familia tradicional y su constitución básica revelada tiene un origen, un propósito y un diseñador. Esta incapacidad de presentar un parámetro inamovible y valedero, el cual observar y estudiar en busca de respuestas, es un error común de toda cosmovisión contraria a la visión cristiana. Las Sagradas Escrituras muestran que la familia fue diseñada por el Dios creador (Gn 2:18), que su conceptualización tiene como origen el carácter y esencia de este (Mt 19:6) y que su propósito está íntimamente relacionado con el concepto de continuidad (Gn 18:19; Dt 6:2). Este diseño florece de manera natural. No necesita de un método coercitivo, como lo intenta llevar a cabo el humanismo secular, ni de una ley para poder funcionar, ya que es anterior a esta.

«Al terminar el siglo XX estamos conscientes de que ha persistido la erosión de la fe cristiana en Occidente. La relatividad se ha aplicado a la doctrina y a la ética, y los absolutos han desaparecido. Darwin ha convencido a muchos de que la religión es una fase evolutiva, Marx de que es un fenómeno sociológico, y Freud de que es una neurosis».[2]  El concepto de familia es uno de esos absolutos indispensables para el fundamento y funcionamiento de cualquier sociedad. No depende de cierto contexto geopolítico para que pueda ser aplicado. Se trata, más bien, de un absoluto necesario que ha dado vida y desarrollo sin igual a las diferentes civilizaciones, y Occidente no es la excepción.

Gary North escribe en la introducción del libro ¿Quién posee la familia? (Who owns the Family?) que «la autoridad de la familia está bajo asedio. Así como la pérdida de autoridad que la iglesia ha sufrido, la pérdida de autoridad de la familia ha llegado como resultado de que sus mismos miembros han abandonado su temor a Dios…».[3]  El esfuerzo de cada miembro de la familia cristiana por cumplir con lo que la Biblia le demanda será la evidencia de que en ese hogar se vive bajo el temor de Dios; hacer lo contrario es vivir bajo el temor del hombre. Este es el verdadero desafío que se plantea a todo creyente contemporáneo que vive en una sociedad permeada de premisas humanistas seculares. Hoy por hoy, la vivencia del concepto de la familia tradicional es una actitud contracultural en la que se requiere de fe, esfuerzo y valentía.  Esta vivencia es el cumplimiento de aquella demanda que el apóstol Pablo planteaba a los corintios: «[D]erribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Co 10:5). La manera más efectiva de destruir toda idea que proponga un modelo de familia alternativo al modelo bíblico, es viviendo el concepto de familia tradicional descrito en las Sagradas Escrituras.

La familia tradicional no es una potencial amenaza para la cultura en general, sino más bien un problema y peligro real para la cultura humanista secular en particular.


[1] Alex L. Peterman, Elements of Civil Government (Nueva York: American Book Company, 1903), 5.

[2] John Stott, La predicación: Puente entre dos mundos (Gran Rapids: Libros Desafío, 2000), 79.

[3] Gary North, “Editor’s Introduction”, en Who owns the Family? God or the State?, por Ray R. Sutton (Texas: Dominion Press, 1986), xi.

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