El duelo en los niños: primeros años de vida
De inicio, es significativo comprender que los niños desean sentirse entendidos y considerados a lo largo del duelo. Independiente a la edad, factores sociales, ambientales o de otro tipo, es importante saber que «la manera singular que tiene cada niño o niña de reaccionar ante la muerte de uno de los padres debe ser comprendida o respetada por aquellos que intentan ayudar al niño a afrontar sus propios sentimientos».[7] Para lograr esta comprensión y respeto es vital entender cómo viven los niños el duelo. A pesar de que «las manifestaciones del proceso del duelo sean bastantes generales, es obvio que los niños viven la comprensión de lo que significa la muerte del otro de distinta manera según su edad y nivel de razonamiento».[8]
En las primeras etapas de la vida el niño tiene muy poco entendimiento acerca de lo que es la muerte. Sin embargo, cuando esto ocurre a tan temprana edad (es decir, antes de los dos años) provocará que los niños busquen con mucha persistencia al progenitor que ha muerto, y al no hallarlo podrán caer en un estado depresivo. Es importante detectarlo en esta etapa para impedir que el niño se aísle y aísle a los demás.[9]
Entre los dos y los cincos años el concepto de muerte va madurando por estar en contacto con la muerte de algunos animales. Esto lleva al niño a hacerse preguntas acerca de la muerte.[10] Sin embargo, aunque los niños entienden el concepto de la muerte, no comprenden su carácter definitivo y permanente en su totalidad. El niño esperará durante mucho tiempo el regreso de la persona fallecida porque la idea de la muerte está en plena maduración durante esta etapa.[11]
Otra característica que se observa en estas edades es que los niños desarrollan un fuerte egocentrismo, pensando que todo cuanto ocurre en su entorno sucede por él, según el psicólogo y psiquiatra francés Christophe Fauré, especialista en el proceso del duelo.[12] Por eso, al enfrentar una pérdida, es probable que el niño tenga períodos donde exprese negación protectora o agresividad, porque comprende que su pequeño universo está profundamente amenazado.[13]
Por lo tanto, evitar explicarle al niño sobre el fallecimiento no impedirá que este, de algún modo, trate de imaginar lo que ha ocurrido. Es mejor explicarle los hechos y las circunstancias de la muerte, porque de no ser así los niños se verán forzados a reconstruir lo que ha pasado. Buscarán en su interior las respuestas que no logran recibir del exterior, y la imaginación hará de las suyas y tomará rápidamente las riendas de lo que no se atreven a decirle sus allegados.[14]
[1] M. Gómez Sancho, La pérdida de un ser querido: El duelo y el luto (Madrid: Arán, 2007), 347.
[2] Ibíd., 17.
[3] Ibíd., 96.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd., 95.
[6] Ibíd., 96.
[7] J. M. Wiener y M. K. Dulcan, Tratado de psiquiatría de la infancia y la adolescencia (Barcelona: MASSON, 2006), 39.
[8] M. Sadurní i Brugué, C. Rostán Sánchez y E. Serrat Sellabona, El desarrollo de los niños, paso a paso (Barcelona: UOC, 2008), 253.
[9] Gómez Sancho, La pérdida de un ser querido, 346.
[10] C. Fauré, Vivir el duelo: La pérdida de un ser querido (Barcelona: Kairós, 2004), 140.
[11] Gómez Sancho, La pérdida de un ser querido, 346.
[12] Fauré, Vivir el duelo, 140.
[13] Ibíd., 142-143.
[14] Ibíd., 141.
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