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El duelo en los niños ante la pérdida de un ser querido: primeros años de vida (primera parte)

    «No hay problemas o sufrimientos pequeños, ni manera de medirlos; no podemos juzgar lo profundo del dolor que sufre una persona fijándonos solamente en su edad».[1] El dolor que provoca una pérdida, tal como lo indica la cita, no se debe medir por la edad. Los niños, sin lugar a dudas, sienten, perciben, observan y, sobre todo, sufren. Sufren a su modo.

    Breve prólogo sobre el duelo

    Entre diversas definiciones del duelo, se puede decir que este es el resultado de una respuesta emocional y de comportamiento que se refleja en sufrimiento y aflicción provocado por la ruptura de un vínculo afectivo. En este proceso se incluyen las partes física, psicológica y social, las cuales se pueden vivir con un vigor y una permanencia convenientes a la dimensión y significado de la pérdida.[2] Esto puede vivirse por fases que pueden suceder de forma lineal o no, sin embargo, comporta sufrimiento ineludiblemente.[3]

    En relación con esto, parece pertinente que se cite lo siguiente del Dr. Marcos Gómez Sancho: «A veces se le compara con un túnel. Solo hay una manera para salir de él: atravesándolo. Lo que intento decir es que el proceso del duelo debe ser transcendido, no evitado».[4] Por lo que a la hora de hablar acerca del duelo, es necesario comprender que también los niños deberán pasar por este túnel, sin embargo, lo harán a su forma y entendimiento por el simple hecho de ser niños. Por último, es importante comprender que «ninguna familia permanece igual después de una muerte, para  bien o para mal».[5] Por tal razón, es conveniente leer la siguiente cita para finalizar este prólogo:

    Aunque la intensidad del duelo va a depender de numerosos factores conviene ser prudentes a la hora de predecir la evolución de una situación de duelo o el adaptarse a él. Una muerte en la familia es un acontecimiento muy difícil de asimilar, que desestructura al grupo. En ocasiones, lo que no se vive en la inmediatez de esa experiencia aparece más tardíamente, en forma menos reconocible y quizá más grave. Por lo tanto, el duelo no se debe encarar de una forma simplista.[6]

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    El duelo en los niños: primeros años de vida

    De inicio, es significativo comprender que los niños desean sentirse entendidos y considerados a lo largo del duelo. Independiente a la edad, factores sociales, ambientales o de otro tipo, es importante saber que «la manera singular que tiene cada niño o niña de reaccionar ante la muerte de uno de los padres debe ser comprendida o respetada por aquellos que intentan ayudar al niño a afrontar sus propios sentimientos».[7]  Para lograr esta comprensión y respeto es vital entender cómo viven los niños el duelo. A pesar de que «las manifestaciones del proceso del duelo sean bastantes generales, es obvio que los niños viven la comprensión de lo que significa la muerte del otro de distinta manera según su edad y nivel de razonamiento».[8] 

    En las primeras etapas de la vida el niño tiene muy poco entendimiento acerca de lo que es la muerte. Sin embargo, cuando esto ocurre a tan temprana edad (es decir, antes de los dos años) provocará que los niños busquen con mucha persistencia al progenitor que ha muerto, y al no hallarlo podrán caer en un estado depresivo. Es importante detectarlo en esta etapa para impedir que el niño se aísle y aísle a los demás.[9]

    Entre los dos y los cincos años el concepto de muerte va madurando por estar en contacto con la muerte de algunos animales. Esto lleva al niño a hacerse preguntas acerca de la muerte.[10] Sin embargo, aunque los niños entienden el concepto de la muerte, no comprenden su carácter definitivo y permanente en su totalidad. El niño esperará durante mucho tiempo el regreso de la persona fallecida porque la idea de la muerte está en plena maduración durante esta etapa.[11]

    Otra característica que se observa en estas edades es que los niños desarrollan un fuerte egocentrismo, pensando que todo cuanto ocurre en su entorno sucede por él, según el psicólogo y psiquiatra francés Christophe Fauré, especialista en el proceso del duelo.[12] Por eso, al enfrentar una pérdida, es probable que el niño tenga períodos donde exprese negación protectora o agresividad, porque comprende que su pequeño universo está profundamente amenazado.[13]

    Por lo tanto, evitar explicarle al niño sobre el fallecimiento no impedirá que este, de algún modo, trate de imaginar lo que ha ocurrido. Es mejor explicarle los hechos y las circunstancias de la muerte, porque de no ser así los niños se verán forzados a reconstruir lo que ha pasado. Buscarán en su interior las respuestas que no logran recibir del exterior, y la imaginación hará de las suyas y tomará rápidamente las riendas de lo que no se atreven a decirle sus allegados.[14]


    [1] M. Gómez Sancho, La pérdida de un ser querido: El duelo y el luto (Madrid: Arán, 2007), 347.

    [2] Ibíd., 17.

    [3] Ibíd., 96.

    [4] Ibíd.

    [5] Ibíd., 95. 

    [6] Ibíd., 96. 

    [7] J. M. Wiener y M. K. Dulcan, Tratado de psiquiatría de la infancia y la adolescencia (Barcelona: MASSON, 2006), 39.

    [8] M. Sadurní i Brugué, C. Rostán Sánchez y E. Serrat Sellabona, El desarrollo de los niños, paso a paso (Barcelona: UOC, 2008), 253.

    [9] Gómez Sancho, La pérdida de un ser querido, 346.

    [10] C. Fauré, Vivir el duelo: La pérdida de un ser querido (Barcelona: Kairós, 2004), 140.

    [11] Gómez Sancho, La pérdida de un ser querido, 346.

    [12] Fauré, Vivir el duelo, 140.

    [13] Ibíd., 142-143. 

    [14] Ibíd., 141.

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