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Hijos de una tercera cultura, parte 3.

    Retos a los que se enfrentan los chicos de una tercera cultura.

    El primer reto tiene que ver con el arraigo y su identidad: «¿De dónde soy? ¿A dónde pertenezco? ¿Quién es mi gente? ¿Cuál es mi pueblo?».[1] Para el CTC el «sentido de pertenencia no se relaciona con un lugar geográfico, sino con los vínculos afectivos».[2]

    El segundo reto se puede ver en el rechazo y la identidad. Esto significa que el término que mejor describe su etapa de niño, adolescente o joven es la palabra «rechazo». Sean las causas que sean, el CTC recibe de la cultura anfitriona, a través de las relaciones que pueda tener en todo ambiente, un rechazo por no ser del país.[3]

    El tercer reto tiene que ver con las relaciones. El CTC puede desarrollar patrones de protección frente a sus relaciones. Esto significa que puede crear una fachada de protección, tener el deseo de deshacerse de sus amistades en un momento preciso o puede desarrollar una alta ingenuidad en temas de relaciones chico y chica. Lo anterior provoca y refleja el miedo a no encajar en su entorno, miedo a hacer las cosas mal y miedo al fracaso o a defraudar. Otro patrón podría ser que el CTC desarrolle la necesidad de ir de persona en persona, apuntando con sus actos y mensajes un deseo de tener una relación más íntima que una amistad, sobre todo con el sexo opuesto. También, en ese mismo patrón, cuando se trata del mismo sexo, la relación se puede volver asfixiante por los motivos que ya se conocen de los CTC.[4]

    Ventajas que tienen los hijos o chicos de una tercera cultura

    Los hijos de una tercera cultura pueden tener cuatro ventajas sobre los demás: 1) tienen la capacidad de adaptarse a la nueva cultura, 2) están más abiertos a nuevos puntos de vista, 3) están más abiertos a nuevas experiencias y 4) se tienen más confianza.[5] También, gracias a la experiencia transcultural (es decir, vivir en distintos países o tener “dos culturas”, la de la calle y la de la casa), el CTC tiene la habilidad de observar, de ser perspicaz, porque para ser parte de los grupos construidos en su nuevo país debe de prestar atención a los comportamientos, acciones, maneras de hablar, de vestir y las características que tiene la gente de su desconocido ambiente.

    Además, los CTC son adaptables a nuevos contextos. Debido a su estilo de vida, tienen la capacidad y la flexibilidad de adaptarse a nuevos escenarios sociales. También tienen la ventaja de poder dirigir y trabajar en equipo con personas de otras culturas. Son “personas puente”, es decir, pueden crear vínculos, debido a su sensibilidad y experiencia, entre personas que no están establecidas en algún grupo y personas que sí lo están.[6]

    Otra ventaja que poseen los CTC es que se relacionan directamente con la movilidad. Esto ha creado en ellos la ventaja de desenvolverse en el mundo, de buscarse la vida y sobrevivir. Su estilo de vida les ha proporcionado una fuerte dosis de independencia y confianza. En cuanto a sus relaciones de amistad, los CTC tienen la disposición de construir amistades con rapidez. Comienzan sus relaciones a niveles más profundos.

    Por último, la riqueza de experiencias transculturales, la habilidad lingüística y su visión más amplia del mundo, la cual le permite concebir e interpretar el mundo de manera distinta y positiva, son otras de las muchas ventajas que se pueden mencionar.[7]

    Conclusión

    Los hijos de una tercera cultura son una población que, lamentablemente, ha sido olvidada o, peor aún, de la cual no se tiene mayor conocimiento. Se desconoce si en las agencias misioneras latinas proveen capacitación o prevención sobre este tema.

    Definitivamente, este tema es un reto, tanto para las agencias misioneras como para los obreros cristianos y la iglesia. Como comunidad de fe debemos de estar conscientes de lo que viven los chicos de tercera cultura, porque la vida de un hijo puede ser marcada para bien o para mal.

    He sido forastera durante casi toda mi vida, condición que acepto porque no me queda alternativa. Varias veces me he visto forzada a partir, rompiendo ataduras y dejando todo atrás, para comenzar de nuevo en otra parte; he sido peregrina por más camino de los que puedo recordar. De tanto despedirme se me secaron las raíces y debí generar otras que, a falta de un lugar geográfico donde afincarse, lo han hecho en la memoria; pero ¡cuidado!, la memoria es un laberinto donde acechan minotauros.[8]


    [1] G. Eddy, Hijos de una tierra sin nombre: La realidad de los Chicos de Tercera Cultura (España: Mosaico de Esperanza, 2013), 58.

    [2] Ibíd., 62.

    [3] Ibíd., 65.

    [4] Ibíd., 91-104.

    [5] E. Gallagher, Equal rights to the curriculum: Many languages, one message (Gran Bretaña: Multilingual Matters, 2008), 67-68.

    [6] Eddy, Hijos de una tierra sin nombre, 137-147.

    [7] Ibíd., 147-168.

    [8] Isabel Allende, Mi país inventado (México, D.F.: 2006), 13.

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