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¿Arrastrados por la corriente?

En un mundo globalizado, que se moderniza y muestra cambios vertiginosos, que nos atrae a vivir con mucha agitación y que fácilmente nos lleva a considerar algunos dilemas morales como parte del nuevo cambio, qué pertinente resulta recordar las palabras del apóstol Pablo a los romanos: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Ro 12:2).

¡Vaya si no son palabras que nos exhortan a no ir a favor de la corriente!, siguiendo los diferentes procesos de «cambio» que la sociedad posmoderna nos propone e invitándonos a ser parte de sus estructuras. Pablo sí comprendía a cabalidad lo que significaba no conformarse a las exigencias de la sociedad de ese momento. Siempre lo caracterizó una fe firme, la cual no se dejaba influenciar ni por las diferentes sectas que proliferaban en su tiempo ni por las diferentes influencias filosóficas en boga, como la helénica que tanto había florecido. Siempre tuvo la gallardía y el valor para hacer lo correcto. Un hombre que siempre vivió bajo los principios y valores del Reino de Dios. Un hombre de verdadera ética.

No debemos olvidar que, como cristianos, hemos sido llamados a marcar la diferencia en medio de un mundo que se corrompe día a día, a ser luz y sal en la sociedad. Debemos ser conscientes y consecuentes, pues somos los responsables de alumbrar en un mundo que va en declive. Por ello, la importancia de siempre ser guiados por los principios y valores del Reino, los cuales son presentados en la palabra de Dios, así como lo fue el Apóstol, no importando si el mundo los acepta o no.

Gran ejemplo de ética el que nos dieron también los profetas del Antiguo Testamento. «Los escritos proféticos arrojan brillantes haces de luz sobre los problemas de nuestros días y las situaciones especialmente malas y peligrosas de nuestro mundo, anunciando los eternos y santos propósitos de Dios y su providencia divina, que operan donde quiera que prevalecen circunstancias idénticas o similares»[1]. El hombre, hoy como siempre, necesita oír estas palabras en su alma: «Así ha dicho Jehová»[2]. Estos hombres tenían la solvencia necesaria para decirlo. No se quedaron callados en medio de la sociedad en que les tocó vivir, sociedad en debacle así como la de nuestros días. Algunos de ellos se pronunciaron aun plañendo, advirtiendo la hecatombe que se avecinaba, pero también daban el anuncio de salvación, paz, gracia, misericordia y esperanza que únicamente se halla en Dios. «El profeta se opone abierta y constantemente a toda persona que cumple negligente y descuidadamente las reglas del deber. Condena la ira, denuncia la lujuria y censura el orgullo e insiste infatigablemente en la aplicación de los eternos principios de la palabra de Dios a la vida. Para él, la conducta es mucho más importante que las ceremonias. El profeta es un maestro moral, un reformador de la conducta, un “perturbador peligroso” de la mente y corazón humano. Está en constante oposición y batalla contra el pecado, contra los vicios y las caídas de orden moral, y contra los que pretenden incitar a los hombres contra la santidad de la vida».[3] Estos voceros también son modelos de ética. Vivían una vida de alta moralidad.

Quizá sean trilladas las palabras de Sócrates, pero no está por demás recordarlas: «Una vida sin examinarse es una vida indigna de vivirse». Qué importante es hacer un autoexamen en nuestra vida para no seguir las corrientes y tendencias establecidas por la sociedad. «Jesucristo llama a sus discípulos a resistir estas tendencias, y en cambio obedecer y conformarse a las pautas por él establecidas»[4]. No estaría mal preguntarnos: ¿Cuál es nuestra actitud ante los diferentes problemas sociales?, ¿estamos conformándonos a este siglo?, ¿estamos siguiendo la ética de Pablo y los profetas del Antiguo Testamento? Que nuestra vida cotidiana sea una vida marcada y guiada por la verdadera moralidad, no la moralidad mostrada por el mundo, pues alguien con justa razón dijo: «La nueva moralidad es la antigua inmoralidad con un nuevo título». Que no sean las corrientes de este mundo las que conduzcan  y marquen las directrices de nuestra vida, sino la eterna e inmutable palabra de Dios.


[1] Kyle M. Yates, Los profetas del Antiguo Testamento (El Paso: CBP, 2002), 1.
[2] R. Earle, Conozca los Profetas Mayores (Lenexa: Casa Nazarena de Publicaciones, 2008), 5.
[3] Yates, Los profetas del Antiguo Testamento, 11.
[4] John Stott, El discípulo radical (Buenos Aires: Certeza Unida, 2012) 20.

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