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¿Son incompatibles las buenas obras y la salvación por fe?

¿Son incompatibles las buenas obras y la salvación por fe?

Es común que cuando alguien conoce el cristianismo protestante o evangélico se encuentre —como me pasó a mí— con una pregunta: ¿son incompatibles las buenas obras y la salvación por fe? Yo crecí en una familia donde ha predominado el catolicismo, así que fue muy confuso para mí, a pesar de no haber sido practicante, la primera vez que escuché que somos salvos solamente por la fe. Sin embargo, me di cuenta realmente de la existencia de este conflicto de creencias cuando llegué con esta pregunta a mis familiares o amigos.  

¿Por qué hay debates entre la fe y las obras?

Al plantear esta pregunta a personas que se encontraban a mi alrededor, pude darme cuenta de que estas no entendían el porqué de la disyuntiva entre fe y obras. Muchos seguían solamente la tradición que habían aprendido de pequeños. En última instancia, este debate, considero yo, no le agrega valor a nadie, sino que termina dividiendo a los seguidores de Cristo, haciendo que se enfrasquen en controversias sin sentido (como, por ejemplo, ¿es mejor el catolicismo o el protestantismo?). Me parece que defender nuestras creencias ciega y hostilmente nos puede desviar del camino.

¿No es mejor ayudar al necesitado?

El tema de la salvación por buenas obras nos podría llevar a pensar que Dios se alegra con nosotros si hacemos cosas buenas (por ejemplo, ayudar a personas necesitadas).
Y esto es cierto a la luz de Mt 25:34-36:

Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (NVI).

En el pasaje se enfatizan las buenas obras hechas a personas necesitadas. Sin embargo, yendo más allá de las obras en sí, ¿cuál es la motivación que lleva al hombre a realizar acciones tan laudables? La respuesta se halla al inicio, en el v. 34. La fe que tenemos en la recompensa —«reciban su herencia, el reino preparado para ustedes…»— es el combustible que necesitamos para hacer el bien.

¿Cómo sé cuáles son las buenas obras?

Las propuestas que aparecen día a día como solución a los problemas de la sociedad se basan, mayormente, en la moral humana. Pero ¿has notado que esas ideas modernas regularmente se contradicen a la hora de definir lo bueno y lo malo? Algunos tratan de superar dicha contradicción siguiendo la creencia más popular, pensando que la verdad está en la mayoría. Sin embargo, ¿te has sentido alguna vez mal después de haber realizado algo que todos creían bueno? Esa «alerta» es en realidad nuestro sentido del bien y del mal, pero sigue siendo, en última instancia, subjetivo. Entonces, ¿qué nos queda?

Nuestro punto de referencia debe ser Dios. Él es constante tanto en su ser como en su hacer; siempre es amor y todo lo que hace es bueno. Por lo tanto, si medimos el bien de acuerdo con este parámetro, podremos evaluar nuestras propias acciones correctamente. 

Si ya soy salvo, ¿por qué seguir haciendo buenas obras?

Los cristianos empezamos una relación con el Padre Celestial en el momento que decidimos aceptar y seguir a Cristo. Esta relación, eterna e insuperable, no puede ser disuelta por ningún motivo, es decir, no hay nada que nos haga perder la salvación que Dios nos ofrece en Jesús. Sin embargo, dicha bendición y gracia —¡ser salvos por la fe en Jesús!— no nos tiene que llevar a concluir que las buenas obras son innecesarias. Somos nuevas criaturas que, como seguidores auténticos del Señor, han adquirido nuevas y grandes responsabilidades. Abraham es un ejemplo, según lo presenta Santiago, de cómo las obras están ligadas a la fe:

¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios (Stg 2:20-23 RV60).

Como se observa, las obras, en realidad, se complementan con nuestra fe. Es un error considerar una independiente de la otra.

A conclusión

Dios nos impulsa a ser la luz de este mundo. Nuestras buenas acciones tienen que brillar a la vista de todos, para que ellos alaben al Padre que está en el cielo (Mt 5:14-16). Decidir aislar la fe de las obras da como resultado una forma muy egoísta de vivir. Nosotros podemos llevar consolación en medio de la aflicción a través de las buenas acciones. Esta manera de ser y compartir en este mundo no solo bendice nuestras vidas, sino que evidencia y proclama que el Reino de Dios ya está aquí.

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