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La importancia de las ideas

Solemos pensar que las ideas no son importantes. Incluso se afirma que la filosofía y la teología son disciplinas (si se les puede catalogar así) harto complicadas, elucubraciones estériles que poco o nada de provecho traen a la iglesia. Esto es reforzado con el pensamiento pietista, muchas veces fatalista, que encoge los hombros ante el oscuro porvenir. «Estamos en los últimos tiempos», dicen, y con eso aceptan la realidad tal como les es dada. Pero nada está más alejado de la realidad. Las ideas, la filosofía, la teología y la política importan… e importan mucho.

El poder de las ideas

Alemania después de la Primera Guerra Mundial fue transformada por las ideas de un futuro nacional brillante que un joven oficial promulgó, Adolfo Hitler. La teología (Iglesia evangélica alemana), la filosofía, la historia y la política fueron modificadas por las ideas de este joven austriaco. De igual manera, Cuba fue transformada (para bien o para mal, esa es otra discusión) por el poder de las ideas. Muchos jóvenes tomaron las armas y se internaron en la selva, producto de ideas pensadas más de cien años antes por un hombre de apellido Marx. Las ideas han hecho, incluso, que varios extremistas islámicos en pos de un ideal religioso estrellaran aviones en distintos edificios. Pero también las ideas han logrado cambios reales, como la emancipación de la mujer, la conciencia en pro del cuidado de la tierra, la abolición de la pena de muerte y demás.

Es innegable que en muchos de estos casos las convicciones fueron acompañadas de siglos de luchas, sacrificio, sudor y lágrimas. No obstante, los motores que acompañaban a estas luchas eran las ideas. Estas hablaban de un mundo distinto, una utopía, el cual vendría con otra realidad que no se podría experimentar ahora. Esa realidad sería lógica, racional, y no una mera invención bonita que alguien escribió.

La batalla de las ideas

Quiero introducir un nombre que nos ayudará a entender mejor lo que queremos reflexionar: Antonio Gramsci. Los que buscaron el nombre en Google se dieron cuenta que no es un teólogo cristiano, pero permítanme explicar por qué este personaje es importante. Antonio Gramsci fue un pensador italiano de fines del siglo diecinueve y principios del veinte (1981-1937). Él estaba convencido de que una sociedad más justa sería una sociedad comunista, tal y como lo había postulado Karl Marx.

Hay que recordar que para Marx la revolución de las clases obreras era inevitable. Esta vendría acompañada por un breve período de dictadura que finalizaría cuando todas las clases se abolieran y la gente, posteriormente, viviera en una sociedad más justa y todos poseyeran conjuntamente los medios de producción. Gramsci estaba convencido con el fin, sin embargo, no estaba tan seguro con la forma de lograrlo.[1] En otras palabras: para el filósofo italiano lo realmente importante eran las ideas y no tanto las armas (muchos dirán que con mucha razón, ya que el marxismo tradicional revolucionario fue un fracaso).

En este sentido, Gramsci empezó a plantear lo siguiente. A la «norma» cultural aceptada y dominante la llamó «hegemonía», esto es: las creencias, la moral, los valores, las costumbres expresadas en las iglesias, los centros educativos y medios de comunicación. La revolución armada se logró en muchos casos, pero esta no pudo acabar con la resistencia (física e ideológica). Es decir, la revolución no consiguió la «hegemonía», por lo tanto, no tuvo el éxito deseado.

Muchos jóvenes en protestas ahora usan el término «hegemónico» para nombrar aquello que predomina en la sociedad como el «sentido común» (y no están del todo equivocados). Para el pensador español Carlos Fernández Liria «la hegemonía se ejerce, fundamentalmente, apropiándose de lo que llamamos “sentido común”».[2] El «sentido común» es lo que la gente acepta sin mayor discusión. En nuestros días, por ejemplo, nadie está en contra de que la mujer vote, por sentido común nos opondríamos a quien proponga lo contrario. No obstante, no siempre la mujer tuvo ese justo derecho.

Otra idea de Gramsci fue hablar de la diferencia entre una «guerra de movimientos» y una «guerra de posiciones». La «guerra de posiciones» era aquella guerra que se luchaba antes de pelear, el enfrentamiento donde se decide el campo de batalla. No todas las guerras son en campo abierto, unas se ganan en las trincheras, en las posiciones. Para Gramsci eso podría ser el lenguaje. Por ejemplo, la palabra «progresista» tiene una carga política. ¿Qué significa ser «progresista»? Para muchos representa a alguien que está a favor del desarrollo, la libertad o el progreso. Sin saberlo, al usar los términos se les da una carga de significado. ¿Qué de la palabra «justicia» o del epíteto «conservador»? ¿Qué es «justicia»? ¿Qué es ser «conservador»? Muchos cristianos, de hecho, se llaman «conservadores», pero no saben que dicha descripción, en muchas ocasiones, hace que la batalla esté perdida, precisamente por la significación que se le ha dado al término.

¿A qué viene todo esto? Según el pensamiento gramsciano, para conseguir cambios en la sociedad se requiere ganar la «hegemonía», se debe alcanzar tener el control de lo que la gente considera «sentido común». Esto se logra no necesariamente en una guerra abierta, sino, en ocasiones, en una «guerra de posiciones», en una guerra en el que la carga emotiva de una palabra cuente mucho. En otras palabras: la hegemonía se adquiere en la guerra de ideas, de palabras, de difusión y de trasmisión. No está de más decir que las ideas de Gramsci han sido seguidas por muchos movimientos que están en contra de la ética del Reino de Dios, movimientos de muerte, abuso y destrucción.

El cristianismo y las ideas

Suficiente de Gramsci. Esto era lo que quería comentar: vivimos en un mundo donde las ideas importan mucho más de lo que pensamos. Detrás de las películas, del teatro, de la música, etc., predominan ciertos postulados que pueden o no estar en conflicto con el mensaje restaurador y esperanzador del Reino de Dios. Ahora más que nunca se necesita gente interesada en la política, filosofía, teología y Biblia. Se necesitan personas comprometidas con el mensaje de Jesús, dispuestas a compartir su fe día a día. Se necesitan personas dispuestas a divulgar el mensaje de la justicia y verdad de Dios en la academia, en las universidades, en el cine, en la radio o en la música. Se necesita que los cristianos muestren que su ética es el mejor «sentido común» que se puede tener. Para eso se requiere de compromiso, divulgación, diálogo y estudio; así que a seguir aprendiendo.


[1] Por cuestiones de espacio, en este artículo no se tratará el tema de las distintas interpretaciones del pensamiento marxista ni la variante althusseriana posterior.

[2] Carlos Fernández Liria, Gramsci y Althusser: El marxismo de hoy. La herencia de Gramsci y Althusser (Buenos Aires: Bonatella Alcompas, 2015), 84.

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