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Castillos de arena

El escritor cristiano Max Lucado en su libro Y los ángeles guardaron silencio: La última semana de Jesús tiene un capítulo titulado «Castillos de arena», en el cual utiliza una analogía sencilla, pero que contiene mucha sabiduría. Muchos predicadores han ocupado dicha historia, no obstante, me gustaría comentarla aquí para poner en perspectiva nuestra forma de percibir las eventualidades de nuestra vida.

El relato, a grandes rasgos, habla de un niño que construye un castillo de arena en la playa y de un adulto que elabora planos y actividades para construir un edificio. Max Lucado menciona que ambos personajes se parecen mucho: los dos convierten la arena en grandes obras, de la nada crean algo, son diligentes y determinados. Sin embargo, hay una diferencia muy importante: el niño puede ver el final de su castillo, pero el adulto lo ignora totalmente. El niño sabe que al final del día su castillo será llevado por el mar, pero no siente ni dolor ni miedo, no se lamenta por lo que sabe que ocurrirá. Por otro lado, el adulto se aferra y se afana, protege el «castillo» a toda costa…, pero inevitablemente se vendrá abajo, no es eterno.

Las reglas del juego

En esta vida las reglas del juego son muy simples. Podemos gastar mucho tiempo y energía construyendo nuestro «castillo de arena», quizás nuestra obra maestra; sin embargo, cada «ola» siempre nos recuerda que tarde o temprano esa arena regresará al mar y nuestro castillo, que tanto esfuerzo nos costó construir, dejará de existir. Y aquí está la clave: cuando el mar se lleve nuestro castillo, ¿cómo debemos reaccionar?, ¿frustrados?, ¿molestos?, ¿decepcionados? ¡No! Yo creo que debemos estar felices y agradecidos por lo que Dios nos permitió hacer. Esa arena le pertenece al mar y no nos podemos llevar «nuestro» castillo con nosotros. Al final del día todo quedará como un buen recuerdo y tendremos que irnos a casa tomados de la mano de nuestro Padre. Pero ¿en qué momento como adultos olvidamos estas reglas y empezamos a sentirnos miserables y frustrados por el pasado? ¿Cuándo y por qué empezamos a sentir miedo de perder todo por lo que hemos trabajado durante nuestra vida?

Esta analogía, principalmente, habla sobre el momento de nuestra partida de este mundo, pero también se puede aplicar a los logros de nuestra vida. ¿Cuántas veces no hemos sentido que lo de antes era mejor? ¿Por qué pensamos a menudo que nuestra próxima obra no será tan buena como la anterior? Seguramente estamos orgullosos de lo que hemos construido, sin embargo, no olvidemos que la «arena pertenece al mar». En su momento nuestro castillo cumplirá su propósito, y no debemos olvidar que siempre el futuro de Dios será mejor, incluso si nuestro nuevo castillo no es tan bueno como el anterior. Dios nos está llevando de gloria en gloria, él ha demostrado su poder y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. Entonces, ¿por qué desconfiar de su poder y guía en nuestras vidas?

Tesoros en el cielo

Jesús nos dice que quitemos la vista de este mundo y nos concentremos en la vida venidera. El trabajo, los bienes materiales, nuestros pasatiempos, la familia, etc., no son malos en sí; pero no tendremos ninguna satisfacción final si nos concentramos en todo esto. Mateo 6:31-33 nos recuerda:

Así que no se preocupen diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿Qué beberemos?” o “¿Con qué nos vestiremos?” Los paganos andan tras todas estas cosas, pero el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.

Es decir, necesitamos buscar el Reino de Dios y así desatar esos tesoros en el cielo, lugar donde pasaremos la eternidad con nuestro Creador.

«Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6:20-21).

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