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Aun en las crisis, somos imago Dei

Las Escrituras describen en el principio: «Entonces dijo Dios: “¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza! ¡Que domine en toda la tierra sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos y las bestias, y sobre todo animal que repta sobre la tierra!”. Y Dios creó al hombre a su imagen. Lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó» (Gn 1:26-27 RVC).

Actualmente, todos estamos sufriendo de alguna manera por esta pandemia. Algunos literalmente no tienen qué comer, otros se enfrentan a una crisis económica por tener que cerrar sus comercios o ser despedidos. También hay quienes están sufriendo ansiedad y depresión por estar encerrados sin poder ver a su familia o están desanimados por el miedo a la enfermedad o a la muerte que podrían enfrentar.

Me ha impactado ver algunas noticias desgarradoras de los países en los que ha colapsado el sistema de salud, especialmente las que se refieren al dilema ético en el que se han encontrado los médicos al tener que «decidir» a quién dar oxígeno, a quién dar atención médica o incluso a quién recibir en un hospital. ¿Cómo deberíamos actuar si nos encontramos en situaciones como estas? Como seguidores de Cristo tenemos el deber de defender el siguiente principio bíblico: todos los seres humanos somos portadores de la imagen de Dios. Esa verdad nos hace valiosos como seres creados, sin importar la condición o situación en que nos encontremos.

La dignidad intrínseca del ser humano

Randy Alcorn escribió: «Algo que no es humano no se vuelve humano o más humano al envejecer o crecer; lo que es humano es humano desde el principio, o nunca puede ser humano en absoluto».[i]

Filosóficamente se puede definir «intrínseco» como «algo que es propio o característico de la cosa que se expresa por sí misma y que no depende de las circunstancias». Es decir, como seres humanos nuestra dignidad no depende de ninguna carta de derechos, leyes o acuerdos que los hombres redacten o creen. Aunque sabemos que todos estos documentos deben ir dirigidos a defender este principio, entendemos que nuestra dignidad es dada directamente por Dios.

Cuando menospreciamos esa dignidad estamos despreciando a Dios mismo. Como dice el Dr. R. C. Sproul:

La dignidad, según la definición bíblica, está vinculada al concepto bíblico de la gloria. La gloria de Dios, su trascendencia, su importancia es lo que la Biblia usa para describir a la fuente de toda dignidad. Solo Dios tiene un valor eterno y una importancia intrínseca (es decir, en y en sí mismo). Yo soy una criatura, vengo del polvo. El polvo no tiene mayor importancia, pero adquiero importancia cuando Dios toma ese polvo, le da forma de ser humano y sopla aliento de vida y dice: «Esta criatura es hecha a mi imagen». Dios les asigna una importancia eterna a las criaturas temporales.[ii]

Como cristianos creemos que no importando las circunstancias del hombre debemos defender esa dignidad, pues así estamos honrando y dando gloria a Dios. Jesús mismo nos dio el mejor ejemplo. Él revolucionó la forma de tratar a nuestros enemigos, a los enfermos, a los leprosos, a los discapacitados, a los niños y a las mujeres; en resumen, a todos los que eran menospreciados en la sociedad por su condición física o circunstancias sociales. Cuán alta es la medida que se espera de nosotros, pero gracias a Dios que nos dejó al Espíritu Santo quien nos guía a toda verdad (Jn 16:13) y nos capacita para tener este amor a los demás que somos incapaces de mostrar por nosotros mismos.

La vida humana es sagrada

Las Escrituras nos dicen que Dios es el creador, dador y sustentador de la vida (Hch 17:24-28). Esta aseveración es fuerte y contundente, sobre todo en estos tiempos en los que el vientre de una mujer puede ser un lugar peligroso para la nueva vida que está en gestación o cuando vemos que la eutanasia activa se convierte en una solución viable y correcta para terminar la vida humana, inclusive muchas veces sin darle al enfermo los cuidados paliativos básicos. Y qué decir de estos tiempos cuando las personas mayores se mueren por la falta de algo tan básico como es el oxígeno.

Cuando afirmamos la importancia de la «santidad de la vida» estamos reflejando el carácter de Dios. En el Sal 139 se desglosa de forma poética cómo el Señor nos conoce aun antes de nacer. De hecho, la Biblia describe lo siguiente: «Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones» (Jer 1:5 RV60). Esto corrobora que toda vida tiene un propósito y es valiosa, aun antes de que un embrión vea la luz del día.

Por lo tanto, ¿qué significa para nosotros ser hechos a la imagen de Dios? Significa que cada ser humano tiene una dignidad intrínseca y que debemos defender la vida desde su concepción hasta la muerte natural, porque sabemos que esta es sagrada y le pertenece a Dios. Debemos exponer, defender y atesorar estos dos principios, ya que es un privilegio que Dios nos haya dado características de él al crearnos (razón, espiritualidad, moral) que ningún otro ser en la tierra posee, y esto, definitivamente, nos hace seres humanos valiosos y únicos. 


[i] Randy Alcorn, “El aborto”, 25 de octubre de 2018, https://es.ligonier.org/articulos/el-aborto/

[ii]  R. C. Sproul, ¡Qué buena pregunta! (Chicago: Tyndale, 2010).

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