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Discipulado, pandemia e identidad cristiana ¿Cómo formamos a los creyentes en la «era virtual»?

    La formación de los discípulos de Jesús es una tarea de nunca acabar. Todos estamos en el proceso de ser formados y de formar a otros en el trascurso de la vida. Los procesos del discipulado han experimentado muchos cambios a lo largo de la historia del cristianismo. En nuestros tiempos las iglesias hacen esfuerzos serios para desarrollar este ministerio de diversas maneras. Sin embargo, la pandemia del COVID-19 ha venido a trastornar también este ministerio. ¿Cómo se está haciendo ahora este ministerio en medio de la crisis? ¿Es posible realizarlo plenamente en la modalidad virtual? ¿Dejamos en suspenso este ministerio hasta que volvamos a la «normalidad»? ¿Qué nos enseñan la historia, la Biblia y la realidad actual?

    Un poco de historia

    Como hemos visto en otros ensayos anteriores, la historia del cristianismo tiene muchas y buenas lecciones que darnos prácticamente sobre cualquier asunto. El discipulado no es la excepción. Los procesos de formación de nuevos creyentes comenzaron muy temprano en la iglesia. Al comienzo se le llamó «catequesis», que viene de la palabra griega que significa «enseñanza». A los primeros creyentes en proceso de inducción a la fe cristiana se les llamaba «catecúmenos». Se dice que el Evangelio de Mateo era como el manual de discipulado en aquellos primeros años. Más tarde se fueron incorporando otros libros que explicaban la fe, como la Didajé. Fue en esos primeros siglos que se estableció el bautismo en agua como el rito de iniciación y como la señal de ingreso formal a la iglesia. Antes de esa época los creyentes eran bautizados de inmediato, sin mediar un proceso de enseñanza. Ahora prácticamente todas las iglesias tienen ese primer proceso inicial que culmina con el bautismo de los nuevos cristianos. ¿Cómo estamos haciendo eso hoy en esta crisis? ¿Están suspendidas las clases de bautismo? ¿Están suspendidos los bautismos? ¿No hay nuevos creyentes en esta época de crisis?

    Con el correr de los siglos y en medio de diversas circunstancias, los procesos de discipulado también experimentaron cambios, a veces para bien y a veces para mal. Por ejemplo, en la Edad Media la formación de los nuevos creyentes se enfocó más en el conocimiento de la estructura y funcionamiento de la Iglesia que en conocimientos bíblicos. Las crisis, como la peste negra, solo vinieron a empeorar la situación, porque, por un lado, se suspendieron los procesos de formación y, por el otro, lo que se enseñaba de manera formal e informal era un miedo tal al futuro que prácticamente todo se paralizó. ¿Corremos el riesgo de que algo así nos suceda ahora? Con la reforma protestante se hizo más énfasis en la formación en conocimientos bíblicos y en una conducta consecuente. Los catecismos se hicieron populares porque allí se resumía la doctrina cristiana y la práctica de la iglesia, tanto a nivel individual como corporativamente. En el siglo XVIII apareció la escuela dominical, originalmente diseñada para aliviar la situación crítica que vivían los niños trabajadores que no tenían acceso a una educación formal y luego se incorporó a la iglesia como su principal brazo de discipulado y formación de todos los creyentes, tanto de niños como de jóvenes y de adultos. Esa sigue siendo ahora en la mayoría de iglesias la manera formal en que discipulamos a los creyentes. Una cosa ha sido cierta, la iglesia en los últimos tiempos a identificado el discipulado con el estudio de contenidos bíblico-teológicos en salones de clase y con metodología tradicional.

    Un poco de Biblia

    En la Biblia encontramos muchas enseñanzas sobre la formación de los miembros del pueblo de Dios. Desde el Antiguo Testamento hay mandamientos explícitos para educar y formar a las nuevas generaciones (Dt 6:1-9). En el Nuevo Testamento abundan las enseñanzas sobre el ministerio educativo de la iglesia, particularmente sobre hacer discípulos. En Mt 28:18-20 está lo que se ha llamado «la gran comisión». Allí se dice claramente que la misión es hacer discípulos, enseñándoles que guarden todo lo que Jesús enseñó. Esto es, obviamente, un proceso de toda la vida, porque uno va aprendiendo poco a poco a obedecer todo lo que Jesús enseñó.

    En las epístolas se desarrolla el ministerio de formar a todos lo creyentes, incluyendo al liderazgo de la iglesia también. Por ejemplo, Pablo instruye a Timoteo y a Tito para que enseñen la sana doctrina (1 Ti 4:6, 11; 2 Ti 4:2; Tit 2:15; 3:8). Pablo mismo se dedicaba a instruir y formar a sus discípulos y a los hermanos de las iglesias que había fundado. Sobresalen los ministerios en Corinto y en Éfeso, donde invirtió más tiempo enseñando (Hch 18:11; 19:8-10). Las epístolas en sí son una especie de educación a distancia, pero casi siempre ha habido la mediación de maestros presenciales. Las condiciones que vivimos ahora no han interrumpido ni impedido el desarrollo del ministerio educativo de las iglesias ni el proceso de discipulado, pero sí hay muchas limitaciones.

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    Un poco de actualidad

    La crisis de la pandemia ha obligado a las iglesias a implementar nuevas formas de desarrollar el ministerio educativo, el discipulado y la formación de los creyentes. La mayoría de iglesias están haciendo más de lo mismo solamente que en formato virtual. Las clases de niños han incorporado elementos propios del mundo digital, tales como dibujos animados y efectos especiales. Sin embargo, corremos el riesgo de quedarnos en mera entretención. Con los adultos la cosa es un poco más aburrida, porque son clases virtuales con básicamente los mismos contenidos y la misma metodología. Parte del problema es que hemos asociado el discipulado con clases. Así que, mientras sigamos teniendo clases (aunque sean virtuales), pensamos que estamos haciendo el discipulado y la formación de los creyentes.

    Las clases presenciales o virtuales son una parte esencial del proceso de discipulado, pero no son suficientes. El discipulado no se limita a la transmisión de contenidos bíblicos, teológicos o ministeriales. En este proceso lo que más se comparte es vida, vivencias, experiencias. Los valores y las actitudes no se aprenden en un salón de clases, sino en la vida. ¿Cómo se comparte vida en los actuales formatos virtuales? ¿Estamos transmitiendo valores y actitudes en nuestro discipulado virtual? Las redes sociales son un espacio donde se ponen en evidencia muchos valores y actitudes que distan mucho de ser lo que debe identificar a un creyente. Parece que el mundo virtual es más propicio para desarrollar antivalores, para descalificar a otros y hasta para condenarlos. ¿Qué estamos aprendiendo en las redes sociales? ¿Qué nos está enseñando el mundo del entretenimiento? Algo de la identidad cristiana se está perdiendo y se diluye en medio de esta maraña de mensajes virtuales.

    La crisis de la pandemia también nos ha dado la oportunidad de explorar nuevas formas de hacer el ministerio educativo, el discipulado y la formación de los creyentes. Es necesario sacar provecho de las ventajas que ofrece este formato virtual para avanzar en la formación de los creyentes. Esta crisis también ha despertado deseo y hambre por aprender más. Abundan las ofertas de seminarios virtuales, talleres, conferencias, clases, todo en formato virtual y hay gente en todos ellos. ¿Cómo nos aseguramos de que estamos realmente formando creyentes y no solamente informándolos o entreteniéndolos? ¿Podemos seguir diciendo que para el creyente el futuro siempre es mejor?

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