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¡Bienaventurados! Repensando las bendiciones de Jesús – parte 1

Pensar en las bienaventuranzas, macarismos (gr.), no significa pensar solo en las bendiciones utópicas o expresiones paradójicas, sino entender qué es el reino de Dios y nuestro papel en él. Estas líneas no son más que el intento de comprendernos como parte de ese reino anunciado por aquél que decimos que es nuestro Maestro. «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos ha llegado» (Mt 4:17 NBJ).

Un Reino presente

La historia de la interpretación bíblica está llena de personajes que han tratado de entender qué es el reino de Dios (Lucas) o reino de los cielos (Mateo). Dichos intentos van desde comprenderlo como un lugar (Montanismo, Joaquín de Fiore, Cristóbal Colón),[1] la iglesia o una realidad subjetiva (Adolf von Harnack), etc. Pero ¿cómo podríamos definir el reino?

La llamada dialéctica de la esperanza, que tiene sus raíces en el teólogo luterano Oscar Cullmann, nos provee un marco para comprender este concepto tan profundo: El reino de Dios es un evento futuro y a la vez una realidad presente, de aquí proviene la popular frase “el ya y todavía no”. Se podría definir así:

Dios es el Señor soberano del universo y reina como rey sobre todas las cosas. No obstante, este reinado universal no es reconocido por todos, y el mundo presente está en rebelión contra Dios. El reino de Dios es por tanto una realidad presente y una esperanza futura. [El reino] viene a los individuos en el presente mediante la fe y se consumará en el cielo y en la tierra en el esjatón.[2]

Unas bendiciones para los súbditos

Jesús refiere que su reino no es de este mundo (Juan 18:36) y, por lo tanto, los valores de este no encajan con el sistema diabólico que impera en este siglo. Aquellos que reconocen el reino y a su rey deben vivir conforme a las altas normas dictadas por Jesús. Las bienaventuranzas del sermón del monte son dirigidas a los discípulos de Jesús y por ende ciudadanos del reino de Dios. Por eso:

Las altas normas que declaró [a sus discípulos] son apropiadas para tales. No logramos, ni podríamos lograr esta condición privilegiada cumpliendo estas normas de Cristo. Antes bien, al alcanzar sus normas, o al menos acercarnos a ella, damos evidencia de que por la libre gracia y don de Dios ya somos ciudadanos de su reino.[3]

Una interpretación adecuada

En el ámbito judío las «bienaventuranzas» se utilizaron sobre todo como parénesis, exhortaciones o amonestaciones sapienciales. Estas se formulaban en tercera persona, sin destinatarios directos. Eran consideradas un género didáctico con la función de instruir.[4] En la literatura griega, una bienaventuranza se utilizaba para expresar la felicidad de alguien. El adjetivo bienaventurado «macarios» desde la época helenista se empleó habitualmente para designar a un hombre «feliz». En el mundo griego este adjetivo sirve de base para un determinado género literario que celebra la felicidad alcanzada por una persona, resaltando el motivo y calidad de la misma.[5] Además, en su uso griego, esta era una palabra poética referida a la bienaventuranza de los dioses,[6] mientras que en el Antiguo Testamento los macarismos siempre se refieren a personas, nunca a cosas o estados.[7] F. Hauck al analizar el uso de macarios en el Nuevo Testamento refiere:

El rasgo especial en el NT es el uso de este término para el gozo distintivo que viene por medio de la participación en el reino divino… La referencia es a personas, y el macarismo, en tercera persona, consta de un macarios predicativo, luego la persona, y finalmente la razón en una cláusula subsidiaria. Colocados en el contexto de la salvación escatológica, los macarismos del NT tienen gran fuerza emocional. Con frecuencia hay un contraste con la falsa felicidad, pero ahora todos los valores seculares son secundarios respecto al bien supremo del reino.[8]

Para Craig Blomberg, por ejemplo, «bienaventurado» se refiere a aquellos que son y/o serán felices, afortunados, o como aquellos quienes son felicitados por la respuesta de Dios a su comportamiento o situación.[9] Un aspecto a tomar en cuenta es que, si bien estas bienaventuranzas tienen un carácter futuro, “no pretenden consolar con el más allá, sino que son un poderoso acto oral que proclama felices aquí y ahora a ciertas personas”.[10] Personas, que por el contenido de estas bendiciones serán rechazadas en este mundo pero los rechazados se convierten en los benditos del Padre.

Conclusión

En esta primera entrega termino con las palabras del obispo anglicano J. C. Ryle quien refirió: Las Bienaventuranzas muestran la santidad y la mente espiritual que los creyentes deberían de tener. El cristianismo «es una religión eminentemente práctica: su raíz y sus bases son las doctrinas, pero su fruto siempre deberías ser una vida santa: y si queremos saber qué es una vida santa, recordemos a menudo quiénes son los que Jesús llama ‘bienaventurados’».[11]


[1] Adeline Rucquoi. “No hay mal que por bien no venga”: Joaquín de Fiore y las esperanzas milenaristas a fines de la Edad Media. Clio & Crimen (2004): 217-240; Rodolfo de Roux López “Entre el aquí y ahora y después y más allá. Milenio, Nuevo mundo y Utopía” Année 76-77  (2001): 375-38.

[2] Mark L. Strauss, Marcos, ed. Clinton E. Arnold y Jonathan Haley, Comentario exegético-práctico del Nuevo Testamento (Barcelona, España: Andamio, 2017), 779-80.

[3] John R. W. Stott, El Sermón del Monte (Barcelona: Ediciones Certeza Unida, 2007), 25-26.

[4] Ulrich Luz, Mateo 1-7, vol. 31 El evangelio según san Mateo (Salamanca: Sígueme, 2000), 332-33.

[5] Fernando Camacho, La Proclama del Reino. Análisis semántico y comentario exegético de las Binaventuranzas de Mt 5.3-10 (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1986), 47-48.

[6] “μακάριος”, F. Hauck, Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento, ed. Gerhard Kittel, Gerhard Friedrich Ed, y Geoffrey W. Bromiley, (Grand Rapids: Libros Desafío, 2002), 538.

[7] G. Bertram, «μακάριος», ibid.

[8] F. Hauck, «μακάριος» ibid.

[9] Craig L. Blomberg, Matthew: An Exegetical and Theological Exposition of Holy Scripture (Nashville: B&H Publishing Group, 1992), 112.

[10] Luz, Mateo 1-7, 338.

[11] J. C. Ryle, Meditaciones sobre los evangelios: Mateo, (Moral de Calatrava: Peregrino, 2001), 53.

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