Al aproximarse la Navidad, surgen inevitables controversias acerca de la desigualdad que existe en el mundo entre unos y otros. Aquellos que tienen mucho, se arguye, ocupan la fecha en gastar desmedidamente y en ostentar lujos, banquetes y regalos extravagantes. Por otro lado, aquellos que nada tienen, no celebran, sino que sienten con mayor fuerza la dura suerte que les tocó sufrir en su peregrinaje por esta tierra. Sea como sea, reza el argumento, “la Navidad es una fiesta mercantil que solamente sirve para acentuar diferencias y profundizar injusticias”.
Ahora, si bien es cierto que este reclamo tiene mucho de cierto al reflejar el lamentable comportamiento de nuestra sociedad actual, consumista y egocéntrica; también lo es que omite dos aspectos positivamente ciertos de la época.
El primer aspecto tiene que ver con la otra cara de la temporada, ya que, es en la época navideña en la que se llevan a cabo muchísimas más acciones de generosidad y filantropía que en ninguna otra época del año. Millones de personas destinan su tiempo, recursos y corazones para brindar una mano de ayuda a los más necesitados, y lo hacen simplemente en nombre del “espíritu de la Navidad”.
Hecho que nos lleva al segundo aspecto, el cual es muchísimo más importante, ya que, a pesar de que el consumismo moderno y la ignorancia religiosa han llevado a muchos a olvidar el verdadero significado de la Navidad, este se sigue haciendo presente en la profunda bondad que emana alrededor de estas fiestas y su histórica relevancia, y en la específica celebración y devoción que prevalece en aquellos que aún recuerdan el significado eterno y redentor de la misma.
Recordemos que, en su más primitivo y puro significado, la Navidad siempre fue la celebración de un regalo, de un acto de gracia, amor y bondad inmerecidos, pero aun así otorgados: el nacimiento del Hijo de Dios. Nacimiento que demuestra el gran amor de Dios por la humanidad y su identificación con ella.
Esto se hace evidente en dos pasajes bíblicos “navideños”:
El primero se halla en Gálatas 4:4-5 donde el apóstol Pablo afirma:
4 Pero, cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, 5 para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos.
Pasaje que nos recuerda tres cosas:
Primero, “cuando se cumplió el plazo”, así traduce la NVI el griego pleroma jo cronos, que literalmente significa “en el cumplimiento, o la plenitud, del tiempo”. Es decir, Pablo se refiere a la “plenitud del tiempo designado por Dios, y predicho por los profetas, cuando el Mesías debería aparecer”.[1]
Entonces, el nacimiento de Jesucristo establece el cumplimiento del tiempo designado por Dios para manifestarse a sí mismo en la persona de su Hijo.
Segundo, “nacido de mujer, nacido bajo la ley”, hace referencia inequívoca al hecho de que el Hijo de Dios nació en absoluta identificación con nosotros. Como bien lo expresa R. Alan Cole: “Cuando se describe a Cristo como… nacido de mujer, la referencia es probablemente a su humanidad plena…”.[2] Es decir, cuando Dios envió a su Hijo, no lo envió en “condiciones especiales”, sino en completa identificación con el ser humano, con su misma naturaleza y bajo sus mismas normas.
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