El nacimiento
El nacimiento de Jesús, que sucede en la noche, no es más que el sí de Dios que posibilita la vida llena de alegría y gozo (Mt 2:10-11), aunque esta suceda en la intemperie, como lo narra Lucas (2:7). Este nacimiento revela enseñanzas singulares.
La vida “nos” es dada
El nacimiento guarda un misterio singular puesto que “podemos darnos muerte, pero jamás nacimiento” (E.F.). Cualquier nacimiento no se da así mismo: “porque un niño nos es nacido” (Is 9:5-6) y así se les anunciará a los pastores: “os ha nacido” (Lc 2:11). No se tiene un acceso directo al nacimiento, pero sí reconocer su veracidad. Así como el nacimiento sucede en la noche, no saberse nacido parece oscuro para todo hombre y solo es claro para los testigos de “mi” nacimiento.
Lo que sucede en la natividad no es más que la celebración con los otros de la natalidad, puesto que solo así se rememora el acto de nacer. La natividad es “la manera de relacionarme con, y de esperar mi nacimiento con el nacimiento de otro en mí” (E.F.). Por esa razón está la alegría y el gozo, porque se sabe nacido gracias al reconocimiento de los otros. Los magos, María, José, Elizabeth, los pastores, Simeón y Ana son testigos del acontecimiento de Jesús: Dios ha nacido.
El hecho de que darse vida es imposible revela que la vida llega gracias a la Vida misma (Jn). Nicodemo (Jn 3), como todo hombre naciente, tiene la posibilidad de reconocer que “ha nacido”, de la misma manera la Vida que Jesús ofrece es posible. No basta reconocer haber nacido una vez como Nicodemo, sino que se hace necesario renacer: “aunque Cristo hubiera nacido mil veces en Belén, si no ha nacido en ti, seguirás perdido para siempre” (Angelus Silesius).
Venir al mundo
El nacimiento no figura como ser “arrojado al mundo” (Heidegger) en el sentido de inscribirme en un mundo, sino hacer nacer un mundo. En el relato de Lucas, el nacimiento de Jesús se ha visto envuelto en un Belén oscuro, pero su nacimiento trae consigo la posibilidad de un nuevo mundo. La intemperie que ve nacer al Salvador posibilita otro mundo para aquellos que desean: “vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso” (Mt 11:28).
Al venir al mundo, Jesús asume la condición de los seres encarnados que están expuestos a experimentarse, sufrir y padecer. Y este misterio del Dios venido carne, Pablo, los evangelistas, los apóstoles, los padres de la iglesia, los herejes y los concilios se esforzaron en pensarlo (M.H). El ángel le dice a José que el hijo de María ha sido “engendrado, del Espíritu Santo” (Mt 1:20) que señala que no procede del limo de la tierra, sino que se ha hecho carne, según el evangelista Juan, de él mismo, en él mismo y por él mismo: el verbo de vida (Jn 1 Juan 1).
De esta manera, el cristianismo sitúa la salvación en la carne, en el nacimiento y no solo en la muerte. El ángel mismo le señala a José el nombre del naciente: “y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1:21). El Emmanuel no solo señala al Dios con nosotros, sino que significa también, a la par del Padre nuestro que está en los cielos, el Padre nuestro que está en la tierra. El “nosotros” atendido por los pastores (Lc 2:11) señala al Salvador naciente, que es Cristo el Señor.
Conclusión
La noche del nacimiento de Jesús en este mundo significa aceptar la idea de un mundo común del hombre con Dios. A la vez, en este acontecimiento, nacer permite ver al mundo en el Verbo que señala la posibilidad de nacer en un nuevo modo de ser de todos los viviente, en el cielo o en la tierra. Por eso, en el anuncio revelado, el mundo celeste y el terrestre se unen como esta nueva manera de ver el cielo y la tierra: Dios con nosotros para que nosotros estemos con Dios.
En el nacimiento de Cristo no solo nos relacionamos con él, sino que su nacimiento revela a todo naciente que venir al mundo sigue siendo una alegría y gozo. Y en este viviente se posibilita a todo hombre “nacer de otro modo”: nacer de Dios.
Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Jn 1: 12-13).
[1] Cf. W. García, “Getsemaní, pandemia y agonía de Jesús: una lectura existencial y teológica” Instituto Crux (septiembre, 2020): http://institutocrux.org/blogs/buen-arbol/pensamiento-cristiano/2020/09/getsemani-pandemia-y-agonia-de-jesus/ (citado el 18 de diciembre).
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