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Cómo acabar bien. De zapatos viejos, temporadas, trampas y antídotos (sexto brochazo)

    NOTA: El calzado de la imagen son los zapatos originales al que el autor hace referencia.

     

    Un manojo de 4 desafíos vocacionales

    El primero es el liderazgo tóxico, el abuso de poder. La mayoría de mis conocidos no llegarán a ser ricos, pero encuentran sustitutos para la importancia distorsionada a través del abuso de poder. Ellos mismos quizá han batallado para someterse a la autoridad, pero cuando la obtuvieron abusaron de ella. Estudios recientes en la misión global y transcultural han documentado esta toxicidad destructiva del liderazgo. Muy frecuentemente es causa de retornos anticipados y dolorosos de los misioneros. 

    El segundo es la tentación, una invitación sutil, de trasladarse (o dimitir) de un ministerio a otro sin haber terminado bien la asignación previa. Dicho francamente, esto podría verse como «la hierba está más verde al otro lado de la cerca». No es que Dios quiera que nos quedemos de cualquier manera en el mismo trabajo, ministerio u ocupación. Pero deseamos terminar bien cada temporada, es un asunto del tiempo delicado en el que contemplamos dejar prematuramente nuestra asignación actual. Otro amigo profesional me contó que en su empresa hay un legado de ejecutivos que crearon un equipo de trabajo, pero abandonaron ese empleo al conseguir lo que consideraban una mejor oportunidad y salario. Pero su legado fue de confusión y destrucción.

    El tercero es la ambición para «llegar a la cima» en la escalera del trabajo. Es sorprendente para muchos de nosotros que incluso en el ministerio cristiano observamos las maquinaciones —tal vez formuladas con lenguaje espiritual de humildad— que algunos usan para abrirse camino hacia los altos escalones del liderazgo y la influencia. Interiorice 1 Pedro 5:6: «Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo». La realidad es que todos nosotros trabajaremos con personas de mayores capacidades, habilidades, educación que nosotros.  ¡Vivimos en un mundo de desigualdades!

    El cuarto es la incapacidad de entregar el liderazgo y la autoridad al tiempo apropiado; o a la conclusión del liderazgo más alto en la organización; o cuando enfrenta la jubilación. Simplemente hay demasiados ejemplos de hombres y mujeres en sus años avanzados que no se quieren soltar. Los resultados son evidentes por sí solos, y dañan a demasiadas personas y organizaciones, incluyendo iglesias y entidades cristianas. En algunos casos, esto se llama el «síndrome del fundador», es decir, el fundador no suelta las riendas hasta morir. Me he preguntado frecuentemente por qué tantos líderes dotados no se preparan a sí mismos y la entidad para las transiciones saludables.

    Pruebas en los años medios del ministerio

    Significativamente, en el Nuevo Testamento el mismo vocablo se utiliza para «tentación» y «prueba». La diferencia se despeja en el pasaje bíblico al ver la fuente y el objetivo de estas situaciones desafiantes. Dios nos pone a prueba porque desea producir oro en el crisol de la vida, pero no nos tienta. En cambio, Satanás tienta para destruir y matar. El desafío es vivir a la luz de estas dos corrientes.

    En ciertos puntos de la vida, Dios nos invita a entrar a niveles más profundos del peregrinaje, pero esto requiere quebrantamiento y sufrimiento. Pueda ser que llegue como resultado de nuestro propio pecado, y cosechamos lo que merecemos; o puede llegar por manos de otros. Siempre es doloroso y muchas veces nos sorprende la realidad. Pero el quebrantamiento también puede ser resultado de una invitación soberana y compleja a seguir el camino del Siervo sufriente. ¿Por qué nos hace eso Dios? Frecuentemente él lo permite porque él mismo está en el proceso de deconstruirnos, de purificarnos de nuestro falso yo, o está preparándonos para la siguiente etapa de la vida y vocación.

    Irónicamente, la etapa siguiente podría significar servicio a la humanidad al margen y lejos de la palestra pública. Podría significar que terminaremos caminando con una clase de «cojera de por vida», como lo hizo Jacob después de su batalla con el ángel. Me conmueve el relato de Isaías de que «el Señor quiso quebrantarlo». En todos los casos, significa el camino descendente de la movilidad, hacia la cruz. Un pequeño libro de Henri J. M. Nouwen, En el nombre de Jesús: Reflexiones sobre el liderazgo cristiano, habla poderosamente de este tema.

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    Sucumbir a nuestras adicciones ocultas-escondidas

    Hace un tiempo busqué en Google este tema y obtuve 622,000 entradas sobre adicciones ocultas. Eso aflige a creyentes y no creyentes, y es un tema desafiante atacándonos sea cual fuese nuestra vocación. Los pastores y misioneros no estamos inmunes a su gran variedad. Personalmente he batallado con algunas, pero afortunadamente tengo una esposa valiente que habla con verdad profética cuando ve que esas debilidades se apoderan de mí.

    Hace 33 años, mi hija Christine, que entonces tenía dieciséis años, fue a quien Dios usó para romper una adicción incipiente escondida en mis primeros años con la Comisión de Misiones de la Alianza Evangélica Mundial. Era el amor a viajar, en parte impulsado por las demandas de las aparentemente incesantes invitaciones y compromisos, todas nobles y atractivas. En ese día memorable, acababa de regresar de un viaje «muy excelente» de diez días —lo que Yvonne llamaba «Guillermo salvando al mundo»—. Cuando Christine entró de la escuela yo la saludé con un abrazo, y ella simple pero intencionalmente dijo: «Papá, ¿cuándo te vas a ir otra vez?». Eso me perforó. Sin decir nada, entré a mi pequeña oficina, busqué el calendario y (antes de la Internet) llamé quizás de ocho a diez personas que me habían pedido que diera conferencias en Estados Unidos e internacionalmente. Expliqué exactamente lo que había motivado la llamada para cancelar los compromisos, y para mi estímulo, nadie me recriminó. Al contrario, ellos afirmaron la decisión. Dos cosas surgieron de esa crisis: primero, Yvonne y yo revisamos nuestras pautas de ocho puntos para determinar sobre qué bases yo aceptaría un compromiso de viaje; segundo, concluí que la prueba de fuego para cancelar sería: «si no llego y nadie fallece, no soy tan crucial para ese evento».

    Demasiados colegas cristianos han sucumbido a esta tentación y han pagado un precio alto en su matrimonio e hijos.  Una esposa de un reconocido líder me dijo confidencialmente: «Estoy acostumbrada a dormir sola; y la verdad es que cuando regresa mi esposo desequilibra la vida familiar, porque no la conoce debido a sus ausencias perennes». La triste realidad es que demasiadas personas reciben su sentido de significado al viajar, al dar conferencias o prédicas, donde todos lo (o la) aclaman.  El hogar es un espacio demasiado domesticado y tranquilo, sin ese golpe de adrenalina.

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