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El drama de la encarnación

Un 11 de mayo de 1926, en una plática después del té, Lewis conoció a Tolkien (autor de  El señor de los anillos). Este último ayudó a Lewis, en cierto sentido, a redescubrir la fe cristiana; lo ayudó a comprender el gran y último misterio de la vida.

El amor de Lewis hacia la literatura es esencial para su conversión, pues supone el descubrimiento del atractivo racional e imaginativo del cristianismo. El problema de Lewis no estaba en su incapacidad racional para captar la teoría, sino en el fracaso imaginativo para comprender su sentido. La cuestión no era sobre la verdad, sino sobre el significado (o la relevancia) de esa verdad. Tolkien le hizo ver que debía leer el Nuevo Testamento con el mismo sentido de apertura imaginativa y expectación con el que leía acerca de los mitos paganos en sus estudios profesionales, pero con una diferencia: «La historia de Cristo es simplemente un mito verdadero. Es un mito que actúa en nosotros como los otros mitos, pero con la tremenda diferencia de que realmente ocurrió». 

Inspirado en El drama de la doctrina de Kevin Vanhoozer, utilizaré la palabra «drama» para referirme a tres actos centrados en Cristo (el drama de la encarnación, el drama de la crucifixión y el drama de la resurrección), con el fin de establecer la revelación de Dios en Jesucristo (Heb 1:1-2): nuestro mito verdadero según lo que hablamos de Tolkien y Lewis. 

¡Que se abra el telón!

En el comienzo, un espacio vacío… Una palabra rompe el silencio y se dirige al universo. Es la palabra de Dios que hace que el mundo amanezca.

Más palabras… El espacio informe es configurado y se convierte en un lugar de formas que emergen de la palabra divina («Y dijo Dios»). El escenario está montado. ¡Acción!  

La posibilidad de lo imposible en su creatio ex nihilo

El relato de Génesis nos muestra un mundo creado con la definición de «bueno». M. Henry dice:

Bueno, porque todo estaba en conformidad con la mente del creador, justamente como él quería que estuviese. Bueno, porque responde al objetivo de su creación, y es adecuada para el propósito al que fue destinada. Bueno, porque es útil para el servicio del hombre, a quien Dios ha constituido señor de la creación visible. Bueno, porque todo ello es para la gloria de Dios. 

La creación está en tan alta estima que Dios propone santificarla mediante el «reposo»: «Dios bendijo el séptimo día, y lo santificó, porque en ese día descansó de toda su obra creadora» (Gn 2:3). El Dios eterno no reposó como quien está cansado, sino como quien está satisfecho.

El tiempo de reposo no era solo un tiempo de descanso y de relajación. Era un tiempo que Dios santificó, es la exposición de su obra, el recordatorio de su poder, la señal de su soberanía. Dios, aunque delegó al ser humano una responsabilidad, también le enseñó a relacionarse con el resto de la creación y con él. Este pasaje muestra, entonces, que Dios sigue estando en control de todo. La creación no se ha independizado de Dios como consideran los deístas. 

La irrupción en el templo 

La humanidad creada no solo es imagen de Dios (imago Dei), también debe actuar como él (imitatio Dei). Esto habla del carácter, la función y la actividad de la humanidad. La palabra hebrea «imagen» originalmente significaba «algo cortado de un objeto» (ejemplo, un trozo de arcilla cortado de una escultura). Se usaba para referirse a la estatua que un rey mandaba a colocar en una tierra que había conquistado para simbolizar su reinado y soberanía.

Así que, Dios crea de la nada con su Logos. Su poder se manifiesta no solo en la hermosura de su creación, sino también en la relación que establece con ella. Crea lo que él considera que es bueno, con las condiciones exactas para que el culmen de su creación, el ser humano, habite, se desarrolle y se relacione con él llevando su imagen e imitándolo. 

En la escena vemos lo inesperado. El ser humano es creado con libertad. Esta libertad le permite vivir y escoger hasta cierto punto su forma de vida, aunque recordemos la imago Dei y la imitatio Dei. A lo lejos podemos imaginar, según la narrativa, un espectador que no ha sido invitado a escena, pero que está observando, esperando el momento para hacer su aparición. Su libreto es simple: entrar, engañar, salir huyendo después del desastre y volver a su lugar de espectador, viendo cómo todo se desmorona ante sus ojos. 

Lo que ocurre es que los actores involucrados, Adán y Eva, son engañados con una cadena de palabras y eventos que desembocan en algo trágico: el pecado, la acción que va en contra de la palabra de Dios. ¡El guion se alteró! Ambos salieron de su libreto y en su libre improvisación se condujeron a la caída, y el actor que provocó este bochorno no logró esconderse. 

Es el tiempo de las consecuencias. La caída no solo hace que el escenario entre en caos, también hace que los actores entren en caos y que el Director de la escena tenga que tomar cartas en el asunto. Su creación se ha visto afectada por el pecado. Los seres humanos ya no serán capaces de cumplir con las funciones atribuidas y ahora deberán cargar con el peso del pecado, y bajo ese peso tratar de seguir relacionándose con el resto de la creación y con Dios. 

Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué es esto que has hecho? Y la mujer respondió: La serpiente me engañó, y yo comí. Y el Señor Dios dijo a la serpiente: Por cuanto has hecho esto, maldita serás más que todos los animales, y más que todas las bestias del campo; sobre tu vientre andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar […]. Entonces dijo a Adán: Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: «No comerás de él», maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y abrojos te producirá, y comerás de las plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás (Gn 3:13-19 NBLA ). 

Todo esto se describe perfectamente con las palabras de Dostoievski: «crimen y castigo». El ser humano ha entrado en una condición, en una cautividad y en una condena que aún no entiende y no logra percibir por completo. Dios frena con infinita paciencia, misericordia y amor esa ira que le provoca el pecado. Pero él sabe, por su omnisciencia y por su plan maravilloso, que su obra será recuperada, aunque el precio de esta gracia requerirá humillarse. Dios, quien creó al ser humano a su imagen y semejanza, ahora reclama un cuerpo para sí. 

Él te herirá en la cabeza… Se cierra el telón.

Bibliografía

McGrath, Alister. C. S. Lewis su biografía. Madrid: Rialp, 2014. 

Strachan, Owen. Reembelleciendo a la humanidad: Una teología del ser humano. Lima: Teología para Vivir, 2020. 

Vanhoozer, Kevin. El drama de la doctrina. Salamanca: Sigueme, 2010.

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