El problema con el cristianismo no es que se haya probado concluyendo que era difícil,
sino que se vio difícil y se dejó sin probar.
G. K. Chesterton
En EE. UU., por ejemplo, algunas estadísticas revelan que muchos jóvenes creyentes entre el primer o segundo semestre de estudios universitarios renuncian a su fe o se apartan de ella. Aunque por mucho tiempo ateos y agnósticos han tratado de contraponer a la ciencia/razón con la fe, estos datos parecen proponer que la disyuntiva real entre muchos jóvenes es entre la universidad y la fe.
Unido a esto, el relativismo y el secularismo también son desafíos que se presentan a la fe cristiana de los jóvenes. El relativismo nos ha hecho creer que todas las religiones llevan a Dios, que todas las creencias son en el fondo la misma cosa y que si tu creencia es sincera y no le hace daño a nadie, no importa en qué o quién creas. El secularismo, por otra parte, nos hace vivir una fe diluida, es decir, que no ofrece nada distinto al resto de las creencias y que no se distingue del mundo. Los jóvenes, por lo tanto, llegan a la universidad con una fe que, prácticamente, pasa desapercibida o es muy relativista o secular, pero muy poco cristiana.
¿Por qué pasa esto? ¿Nuestro deseo de conocer, explorar y estudiar el mundo son un estorbo para nuestra fe? ¿Se puede vivir una fe profunda y comprometida en las aulas universitarias y en un mundo relativista y secular? ¿Las dicotomías se deben a que los jóvenes no cuentan con las herramientas necesarias para relacionar sus estudios y la cultura con la fe? ¿Qué necesitan los universitarios creyentes para enfrentarse de una manera adecuada a las críticas de los maestros ateos o agnósticos? Y si nuestros muchachos dudan o cuestionan, ¿sabemos cómo animarlos y guiarlos?
Con todo esto no quiero poner en duda de que creamos sinceramente en Dios y en su obra redentora en Jesucristo, pero parece que nos hemos olvidado de la transformación que esta realiza en nuestras vidas. Tampoco dudo de la obra del Espíritu Santo y del poder transformador de la Palabra en la vida del creyente, pero ¿realmente estamos en el Espíritu y en la Palabra? Entonces, ¿qué haremos ante todo esto?, ¿qué propongo o cuáles son mis desafíos?
Quisiera regresar a un elemento esencial del cristianismo: discipulado. Sí, los jóvenes, como todo cristiano de cualquier edad, necesitan fundamentar su fe con ayuda de sus iglesias, de sus padres y de sus amigos, es decir, tener un discipulado que involucre a toda su comunidad.
¿Acaso estoy diciendo que en las iglesias no hay discipulado? No, no quiero decir eso, pero muchas veces este se ha malinterpretado. Las historias simplistas, los cuentos inconexos o los clubes de entretenimiento no son discipulados ni prepararán a nuestros jóvenes para enfrentar el mundo en el que estamos viviendo.
Quisiera proponer, entonces, una tríada básica pero no simplista, la cual esté acompañada, como es natural, de oración constante. En este escrito solo explicaré el primer elemento, dejando los otros dos para en segundo artículo.
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